Después de 'La ley del más fuerte' y 'Hostiles', Christian Bale y el director Scott Cooper vuelven a colaborar en esta intriga del siglo XIX ambientada en la academia militar de West Point donde aparecen cadetes ahorcados y con el corazón arrancado. Y es ahí donde entra el principal protagonista, el detective alcohólico Augustus Landor, interpretado por el gran Bale.

Vaya por delante que con el currículum de su director y de buena parte de los miembros de su elenco es merecedora del beneficio de la duda, aunque como ya se sabe, la implicación de nombres de prestigio no lleva, per se, a un éxito de película o de cualquier producto audiovisual. Efectivamente, por lo que ya insinúo estamos ante uno de estos casos, aunque esta tampoco es un fracaso estrepitoso.

Lo que más llama la atención desde el principio es lo cuidado de su ambientación. No reparan en detalles como el vestuario o la arquitectura de los lugares vistos durante el metraje para meter al espectador en la época del filme, pocos peros a poner en este campo. En términos de interpretación (si bien el doblaje resta un poquito a los trabajos de los actores y actrices, en mi opinión) no hay por parte de ninguno un nivel excelso, si bien son trabajos decentes en personajes que les sacan poco provecho (como en el caso de Gillian Anderson, Robert Duvall o Timothy Spall). Y un elemento relacionado directamente con las interpretaciones es el guion, que viene a ser su mayor lastre.

La presentación de los acontecimientos y sus elementos de intriga e investigación son lo mejor de la cinta. Da la sensación, sin embargo, de que le sobra metraje entre tanto diálogo que lastra el ritmo y no le habría venido mal dar los justos rodeos para evitar pesadez. Así que lo que podría haber sido un largometraje detectivesco de época notable termina siendo un aprobado holgado, mas con la sensación de que con un libreto más certero y con más, irónicamente, corazón, hubiese sido uno de los grandes estrenos de 2022.