7 de enero de 2020
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Después del cacareado final de la historia de Jason Voorhees en 1984 con la cuarta parte, tardaron solo un año en retomar el camino y volver al ritmo de sacar película por año, si bien para esta tuvo que esperar hasta 1988.
De las películas vistas hasta ahora, es la que va más al grano, contando con prólogo, pero no epílogo; simple y llanamente, Jason vuelve a ser llamado para seguir usando el machete y todo lo que pueda para dar caza a jóvenes (y no tan jóvenes) con hormonas en plena ebullición, aspecto de la larga saga que no se veía desde la tercera y que vuelven a usar.
Los dos guionistas encargados de formar toda la historia se esforzaron en dar un material más o menos creíble para que no pareciese, que lo es, una excusa para seguir recaudando dinero y no dejar descansar en paz al asesino de la máscara de hockey usando a una chica con poderes telequinéticos (la influencia de 'Carrie' es descarada) traumatizada por un suceso de su niñez que se encontrará con Voorhees para que siga estando traumatizada. Un círculo vicioso.
El listón desde la quinta cinta (que es desde donde hay que contar en mi punto de vista, ya que esta es una saga partida en dos) no ha acusado aún un bajón alarmante; no obstante, vuelven a trazar algunos personajes odiosos que no importan verlos difuntos como en la quinta y algunas muertes son ridículas. Eso sí, es la que más sensación me deja de que se hizo porque algo había que hacer.
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