Una película corta que se te hace larga, pero no porque sea mala, sino todo lo contrario.
El filme cuenta en tiempo real, a través de un único plano secuencia (éste sí es real, no como el de “1917” que está lleno de trucos, recursos y efectos) la matanza que provocó un terrorista de extrema derecha en una pequeña isla noruega en la que había un campamento de jóvenes en el año 2011.
El cine es provocar emociones en el espectador y a mí esta película, como verdadero y buen cine que es, me ha llevado por todas estas: terror, angustia, desconcierto, intriga, pavor, tensión, enfado, miedo, desasosiego, ansiedad, impaciencia, ternura, desesperanza, horror, tristeza y desolación. Aún así, el guionista y director es capaz de cerrar brillantemente la historia dejando un pequeño atisbo a la esperanza en el ser humano, cuando nos muestra, mediante un bello arco de transformación de uno de los personajes, como tragedias tan terribles como esta se convierten en lecciones de madurez para las generaciones venideras.
Ah, y todo esto sin una sola nota musical para añadir o enfatizar nada (aprended Mendes y Nolan). A palo seco los sonidos ambiente, consistentes en disparos, gritos, gemidos, ruidos de pisadas por el bosque, chapoteos en el agua, y poco más.
Si os decidís a verla, preparaos para experimentar el horror en primera persona, porque eso es lo que consigue la peli: Meterte de lleno en la historia como si fueses uno de los pobres chicos que sufrieron esta traumática experiencia.