Tengo que confesar que la particular personalidad de Larry David en el arranque del film me echó para atrás, pero rápidamente entré de lleno en el juego de Allen, con unos diálogos como hacía años que no le escuchaba –casi tendríamos que remontarnos a “Annie Hall”- y con un juego y complicidad con el espectador que está perfectamente encajado en la coherencia argumental del film. Pero hay que tener clara una cosa: esta cinta no deja que te despistes ni un momento: es más, seguro que no lo vas a hacer. Puede resultar un poco agotador tanto aguantar la egocéntrica e hipocondriaca personalidad del protagonista, como seguir los planteamientos existenciales y evoluciones dramáticas de los personajes, pero, a la postre, merece la pena con creces. Brillante en sus reflexiones filosóficas, mantiene la sobriedad en la factura y la presencia de la música también tiene un papel fundamental en la cosmpolita atmósfera creada para el film, que tiene a Nueva York como otro personaje protagonista –como lo fue en “Manhattan”-. Sin temor a equivocarnos, podemos decir que esta cinta es quizás una de las más redondas de toda la trayectoria de Allen, tanto por resumir buena parte de su obra, como por hacer evolucionar su expresión artística. Todo un logro con el que no tenemos más remedio que quitarnos el sombrero ante una cinta tan demoledoramente sencilla y efectiva, que eleva aún más el genio de Allen en la historia del cine.