Buen cine europeo, eso es lo que es El inocente. Con ello quiero decir que los elementos que hacen atractiva esta película no son los habituales del cine americano, sino los de esas figuras propias de la cinematografía europea, como es la de Visconti. Una de las características de este tipo de cine, es que antepone el sosiego y la contemplación, al frenesí y la acción propios del cine americano. Consecuencia de lo anterior es que es un cine idóneo para servir como plataforma de interpretación de temas literarios, o para el análisis de algunas de esas situaciones dramáticas, que nos encontramos a veces en la vida y que nos obligan a elegir. Y ese es el caso de la historia de esta película, en la que el protagonista se tiene que debatir continuamente entre su mujer, su amante, su ambiente familiar, y algunas otras cuestiones que le mantienen atribulado todo el tiempo que dura este episodio de su vida, que tampoco es muy largo, apenas unos meses o un año.

La trama se desarrolla en el ámbito de la aristocracia italiana de finales del siglo XIX, con un fantástico tratamiento visual de las imágenes, que nos sitúa fácilmente ante una cuidadísima estética de jardinería, arquitectura, interiorismo, vestidos, peinados, o música, que parecen sacados directamente de cuadros de Manet, Degas, Renoir, o Singer Sargent, con el lujo y la elegancia de los grandes salones y retratando la vida ociosa de aquellas personas, adineradas aunque decadentes. El director aprovecha para pasar toda esa opulencia por un velado filtro de crítica, pero su objetivo principal es reflejar la insatisfacción personal y los tremendos problemas que ha de padecer el protagonista como consecuencia lógica del tipo de vida que lleva, sin que su talante abiertamente liberal, librepensador, o agnóstico, le sirvan de mucho en algunas de esas circunstancias.

La película con su lenguaje sereno, nos conduce suavemente, a lo largo de una duración de poco más de dos horas, directamente hacia el clímax final en el que el conflicto se plantea con toda su crudeza y su eficacia. El actor protagonista, Giancarlo Giannini, afronta con solvencia una papeleta así de exigente, porque la dificultad de su papel requiere expresividad, pero también contención. Entre los papeles femeninos, Laura Antonelli destaca por su belleza, pero no por sus capacidades de actriz, y los demás cumplen si estridencias.