Derek Cianfrance me obligó a ver esta película después de sorprenderme con su anterior oobra; Blue Valentine, capaz de tratar amor y desamor de una manera espeluznante. Mismo director, mismo actor… Sólo esperaba un resultado parecido pero con una personalidad diferente. Esta vez las predicciones no fueron tan acertadas.

Lo protagonistas son lo que mejor funciona, Ryan Goslin destrozado por una vida perra y analfabeta, en un papel al que nos va acostumbrando película tras película, mirada seria, su rostro relajado y muy expresivo trasmite más que mucho de lo que pueda decir su personaje. Eva Mendes recibiendo sufrimiento por todos sitios, mientras que Bradley Cooper ofrece el punto contrapuesto. Vida acomodada pero que recibe un giro inesperado y cruel, para acabar haciendo uno de sus mejores papeles.

Caminos que se cruzan tras los pinos de tristeza, desolación y pérdidas, para terminar haciendo una película de dos horas y media algo soporífera, lenta e insípida en muchos puntos sobre sentimientos profundos en muchas direcciones, pero resaltando el amor de un padre por sus hijos. La fuerza de los lazos paternofiliales mueven a los personajes cuyas vidas cambian radicalmente cuando la cigüeña llama a sus puertas, detonante durante toda la película.

Trama con pocas sorpresas, las justas para diferenciar tres porciones que completan la película, cada una con diferentes puntos en los que se centra la acción, pero completando un círculo al final de la acción que ya quisieras muchos no haberlo imaginado cuando aún le quedaba una hora al metraje, cuando todo empieza a decaer tras una primera parte áspera y dura, que deja el listón muy alto para lo que viene después, que no consigue alzar al vuelo. Destaca por otro lado, un buen tratado de las imágenes y la banda sonora, lo que ayuda a soportar la lentitud que aporta el resto de película, muy a mi pesar.