Tal vez estemos ante el mejor trabajo de Sacha Baron Cohen: con un ritmo trepidante, sin tiempo para el aburrimiento dado lo acertado de la duración de la película, hacemos un recorrido por las siempre manidas películas de espías y por un universo popular presente en donde los iconos del cine o de la televisión quedan sumergidos en la más brutal de las parodias. Hay que tener en cuenta que se debe poseer estómago, pero con las películas de Baron Cohen ya deberíamos estar avisados. Mark Strong hace de contrapunto perfecto a esta deshumanizadora historia de dos hermanos perdidos, de dos vidas sujetas a los azares más insospechados que aparecieron en sus infancias para encaminarlos por dos veredas distintas. Los secundarios también lucen, aunque quizá tengan poco donde hincar el diente: Ian McShane como cerebro de operaciones, Penélope Cruz como benefactoras ambigua y un Scott Adkins que tiene tiempo para deleitarnos con esa facilidad suyas en las artes marciales.

En general, una película digna y escandalosa a partes iguales, una película que nunca, jamás, gustará a Donald Trump. Ya sólo por eso merecería la pena verla. ¿O no?