Lo que hace interesante a esta película, a parte de una colorista estética procedente de la pintura pop surrealista que la aleja por completo de la icónica imagen de los clásicos de terror ambientados en caserones en medio de la nada habitados por niños tétricos, es un discurso que parece afirmar que una felicidad eterna (en este caso en forma de casita llena de muñecos, pasteles y cuadros de animales donde se vive en una navidad eterna) no es más que la mentira que construimos a nuestro alrededor para escondernos de una horrible verdad: el mundo es un lugar oscuro y cruel. Sin embargo la película se traiciona a sí misma con un final que apela a la esperanza.

Visualmente la película es de una belleza impresionante, barroca hasta decir basta, llena de colores saturados y detalles que pese a la alegría que transmiten consiguen crear una atmósfera de opresión y tensión, a lo que contribuye la banda sonora y unas buenas interpretaciones, destacando los tres niños protagonistas. Tal vez falla en el tercio final, con la entrada de unos personajes que rompen con la ambigüedad que hasta ese momento había imperado y un climax final que pese a ser terrorífico (ese flashback) no llegue a ser todo lo potente que podría haber sido, tanto por como lo cuenta, el recurso del flashback es demasiado simple, como por dejar cierto regusto amargo al dejar paso a la esperanza en vez de ir hasta las últimas consecuencias y arriesgarse con un final más oscuro.

Recomendada a: los que saben que los cuentos infantiles clásicos tienen mil caras.

Lo peor: un último tercio blandito que se resuelve de un modo excesivamente convencional cuando tenía material para arriesgarse mucho más

Lo mejor: la estética, las interpretaciones y la atmósfera enrarecida que consigue crear.