“Ane” es una buena película, un testimonio equidistante y necesario en tiempos de desequilibrios y “verdades alternativas”, es una ópera prima con una madurez visual insólita, con un planteamiento sociopolítico honesto y equilibrado, es dura en su narración de las relaciones familiares y tiene unas interpretaciones electrizantes (es obvio que muy especialmente la de Patricia López Arnaiz), pero no llega a ser la gran obra maestra que yo esperaba antes de verla en mi preparación a los Goya por tratarse de una cinta que va descaradamente de más a menos, a pesar de su notable calidad.

Su arranque, más allá del virtuosismo de sus planos secuencia y sus fueras de campo impropios de un director debutante y que elevan mi admiración por David Pérez Sañudo, es una lección magistral sobre en qué consiste el cine: en apenas diez minutos silentes, se nos cuenta la vida de su protagonista sin que nadie tenga que abrir la boca para ello, a través de cuadros de situación diferentes que enmarcan la biografía y compleja personalidad de la mujer que la protagoniza gracias a una interpretación de Patricia López Arnaiz que seguramente será premiada con el Goya a la Mejor Actriz por necesidad y justicia.

Una mujer vasca árida, cortante, encarada contra el mundo y contra su propia vida, que trabaja como vigilante de seguridad en las obras de la “Y vasca” cuando la mayor parte de Euskadi se había posicionado abiertamente en contra de que su territorio fuera cuarteado y despiezado por la alta velocidad omnímoda que lo devora todo. Estamos en la Euskadi de 2009 y la hija de Lide, Ane, es una adolescente de 17 años totalmente implicada con el movimiento abertzale, también en contra de la citada construcción ferroviaria en la que trabaja su madre. Pero claro, Ane, además es una adolescente como otras tantas adolescentes, y los problemas propios de la edad también van a hacer acto de aparición en la cinta.

Pero la película, en la encrucijada de caminos por la que transita, opta más por fijar su atención en la relación entre madre e hija que en la tormenta política y social que hacía arder a Euskadi en aquellos días. Y lo hace de una forma honesta y abierta, cortantemente directa como lo es la personalidad de su protagonista.

El debut en el largo de David Pérez Sañudo no puede ser más prometedor y augura una futura filmografía consecuente y brillante en lo formal respecto de la que “Ane” es su primer notable escalón. Quizás más superficial en el reflejo del conflicto vasco, pero bastante interesante en la descripción del profundo desconocimiento que una madre tiene respecto de la vida real e intenciones de su hija, donde nos deja un notable testimonio.

También sería honesto señalar un pequeño inconveniente que dificulta el visionado de la cinta: la enorme y excesiva velocidad con la que sus actores y actrices hablan en euskera dificulta el tiempo en pantalla de los subtítulos, lo cual genera un estrés innecesario en el espectador.