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Voto de Sergio Berbel:
10
Serie de TV. Intriga. Fantástico. Drama TV Series (2014-2017). 3 temporadas. 28 episodios. Cuando el 2% de la población mundial desaparece de forma literal y abrupta, sin explicación alguna, quedando solo el vacío de unos cuerpos que se evaporaron, el resto de la población de la Tierra comienza a intentar comprender lo que ha pasado, y sobre todo lo que se supone que deben hacer al respecto. Una de estas personas es el jefe de la policía de un pequeño suburbio de Nueva York, ... [+]
20 de diciembre de 2020
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Leftovers es una de las cosas más grandes que le han ocurrido a la televisión en toda su historia y su vuelta de tuerca hacia la originalidad y el desconcierto permanente como arma de narración de un drama desgarrador y descriptivo del dolor y la pérdida sin precedentes, de lo mejor que nos ha pasado en nuestra vida a los que hemos tenido la suerte de chocarnos la penúltima genialidad de HBO. O quizás tan sólo sea una descripción de la maternidad y del poder omnímodo de la misma. Madres encontrando y perdiendo a sus hijos, experimentando dolor y triunfo, son la espina dorsal sobre la que se sustenta la serie, sobre el regazo desgarrado de madres sufriendo.

Pero lo mejor de The Leftovers es su apuesta por el triple salto mortal permanente. Nada es fácil, masticado, evidente, ni cae por su propio peso. La serie no para de bombardear al espectador con preguntas y ofrece a cambio muy pocas respuestas, borrascas de incertidumbres a cambio de respuestas ambiguas y desorientadas en tiempos de sectas y mitos falsos con pies de barro. Desconcierta en cada escena, en un crescendo sin fin, y ese es su mayor mérito, y vaya si lo tiene, como quizás ninguna otra.

Con una estética ciertamente perturbadora y cuidada y mimada hasta la extenuación y la genialidad más absoluta, con la mejor música que se haya compuesto para una serie en toda la historia (obra maestra de Max Richter absolutamente irresistible e insuperable), con unos personajes perturbados y perturbadores en una serie de vocación coral, el dibujo de las miserias del ser humano, las sectas, la violencia latente, el fanatismo, la locura, las pesadillas, la familia y la insolidaridad rezuman por todos los poros de la serie.

Desaparece el 2 % de la población mundial. Pero esto no es Lost ni J.J. Abrams anda detrás, afortunadamente. Lo de menos es el misterio, no queremos saber dónde ni cómo están. La serie, con toda la mala uva del mundo, fija su atención en los que se quedan, y en cómo les afecta mentalmente la nueva situación planteada, en sus pesadillas recurrentes y en su realidad insoportable, en el fanatismo religioso como respuesta y en la decadencia absoluta de una sociedad que ya no sabe qué esperar del mañana, descubriendo lo paranormal que habita en la normalidad, que suele ser lo más aterrador, a través de su temporada primigenia.

La temporada 2 de The Leftovers se presenta ante nosotros con una misión suicida: no permitir que baje el listón estratosférico de la primera. La cosa era compleja, porque veníamos de la perfección. Pero la misión está cumplida. Porque justo eso hace la serie, crecer episodio tras episodio hasta el orgasmo cinéfilo final, hasta el paroxismo estético y de guión, hasta el encantamiento definitivo en la nueva ubicación no tan paradisíaca como pudiera parecer a simple vista de Jarden (en el Parque Nacional de Miracle,Texas), la única ciudad conocida donde no hubo desapariciones el 14 de Octubre. El camino hacia la divinidad de Kevin Garvey ha comenzado y lo natural cede espacio a lo irracional.

Porque en su segunda entrega se aparta del realismo más absoluto aunque increíble de la primera en su fórmula para mostrar el dolor y se adentra en espacios mucho más oníricos, que son los que sus creadores utilizan para dejar calar nuestra alma con las verdades más profundas e insondables que ofrece la serie.

Y los saltos al vacío y las elipsis en las situaciones de un protagonista sonámbulo y que oye permanentemente voces en su cabeza van en un crescendo extraordinario al que la incorporación de los nuevos personajes en forma de vecinos no hace más que empujar nuestra tensión y nuestra imaginación hasta cotas de violencia física y psicológica insospechadas.

Por lo demás, más allá de la propuesta de un guión al que le sale la imaginación a borbotones por las orejas, está lo estético, que es igualmente provocador y revolucionario: mucha cámara al hombro para generar confusión, mucho plano subjetivo, muchos saltos de espacios temporales con texturas diferentes, unos planos aéreos del puente soberbios y, del episodio 8 y su alarde de imaginación visual en la frontera entre la vida y la muerte ya ni hablamos.

Cuadrando el círculo, la temporada 3 y última se atreve a mezclar el drama filosófico, teológico y metafísico más absoluto, profundo y entretenido a la vez, desolador y desesperanzado, de la televisión de nuestra época con algunas chispas humorísticas impagables.

Además, se permite la serie un tercer cambio de ubicación, haciéndola no solo una de las grandes series de mi vida, sino la más viajera sin duda: si la primera temporada se desarrolla en Mapleton (Nueva York) y la segunda en Jarden (Parque Nacional de Miracle-Texas), la tercera comete la maravillosa osadía de trasladar su acción a Australia, pero no a cualquier Australia, sino a los paisajes agrestes y casi vírgenes de la Australia profunda donde todo es misterioso y aborigen.

Pero la guinda de la propuesta y la cumbre de lo colosal es hacer al personaje de Nora Durst (brutalmente interpretado por Carrie Coon) la protagonista de la “fiesta” del dolor. Y ese final con baile de boda ajena y conversación reveladora (nunca sabremos si sincera o inventada, pero en cualquier caso metafórica) te deja encogido y sin respuesta en el sofá durante 5 minutos de vértigo).

Y es que, al final, The Leftovers triunfa para siempre en lo que, para mí, pretende: contar desde la dimensión fantástica lo mismo que contaba Six Feet Under (A Dos Metros Bajo Tierra) desde la más absoluta realidad de la calle: que la vida es un páramo de dolor y soledad que nadie puede frenar ni consolar, porque el ser desgarrado está solo ante el peligro y es su misión personal sobrellevarlo (o no). A nadie le importa qué paso con ese 2 % de la población mundial, lo que importa es que ni la sociedad, ni las religiones, ni las sectas ni nadie pudo rescatar al ser humano de un golpe de azar tan definitivo, o que quizás ya estaba condenado incluso antes del 14 de Octubre.
Sergio Berbel
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