“Mi hija, mi hermana” lo tenía todo a priori para cautivarme, para hacerme levitar, pero se queda a años luz de lograrlo porque se acaba presintiendo como una oportunidad perdida para haber pergeñado una gran película que termina siendo apenas interesante, a ratos un tanto incoherente y, desde luego, un film que va descaradamente de más a menos. A pesar de contar con todos los espartos para confeccionar un gran cesto, demasiados elementos se han puesto de acuerdo en su contra:

1.- La propia traducción del título original, tan naif como innecesaria: el sentido polisémico y metafórico del título original en francés, “Les cowboys”, era muchísimo más acertado.

2.- Estamos ante el debut tras la cámara del guionista de cabecera de Jacques Audiard, Thomas Bidegain. Para mí, Audiard es el mejor director francés que existe y algunas de sus películas son obras maestras ineludibles en mi vida como “De latir mi corazón se ha parado”, “Un profeta” o, por encima de todas ellas, “De óxido y hueso”. Por eso esperaba muchísimo más de la profundidad y complejidad de la historia de Thomas Bidegain para su debut tras la cámara.

3.- Quizás parte del fallo estribe en querer ser a toda costa un homenaje a “Centauros del desierto” de John Ford, lo que conduce un planteamiento apasionante inicial de cine social hacia el sendero forzado de un western crepuscular a través de media Europa. Porque el planteamiento inicial no puede ser más apasionante: una familia francesa formada por padre, madre, hija adolescente e hijo preadolescente son fanáticos del estilo de vida country. En mitad de una fiesta, Kelly, la hija de 16 años del matrimonio desaparece.
Al cabo de los días da señales de vida por carta: influenciada por un novio de cuya existencia no tenían noticias, se ha convertido al Islam y se ha marchado a algún país de Oriente Medio. El padre enloquece y decide dedicar su vida a buscarla para hacerla volver a casa. Pero el guión se acaba alambicando de más y sume al espectador en tantos giros y cabriolas, que éste acaba mareado y exhausto, sobre todo cuando algunas de esas derivas argumentales comienzan a resultar poco creíbles y pierden contacto con la realidad. Para conocer el drama de una familia sometida a tan terrible situación, resulta mil veces mejor esa obra maestra de la literatura titulada “Pastoral americana” del dios Philip Roth.

4.- No obstante, no cabe duda del nivel excelso tanto de la dirección de fotografía de Arnaud Potier como de la música original compuesta por Raphael Haroche, que ennoblecen el resultado final, así como su elenco actoral, todos ellos mucho más que correctos sosteniendo a pulmón una historia que va descaradamente de más a menos, como su credibilidad.

5.- Adolece, para mí, de un terrible defecto: queriendo ser un canto contra el racismo y la xenofobia, a ratos puede llegar a parecer profundamente racista. Algún ingrediente del guiso estaba caducado, parece obvio.