Si alguien me pidiera que le contase el argumento de la película me haría una gran faena, porque acabo de verla y no sé qué me han contado, si es que me han contado algo. Ah, sí, era una del oeste. Salían dos sheriffs mercenarios a lo Wyatt Earp (perdónalos, Henry; también tú, Burt; incluso tú, Kevin). Los dos tíos más duros al otro lado del Pecos, vamos. Pues llegan a un típico poblacho de cartón piedra, como el de “Infierno de cobardes”, pero sin Clint y sin pintar de rojo. Y resulta que hay un malvado cacique local que tiene acojonado a todo el pueblo. También hay una señorita que llega al lugar como que no quiere la cosa, dispuesta a liarse con el que la tenga más larga; la pistola, digo. También sale una putita, un pueblo mexicano, un ataque de los apaches, una cárcel sitada, un duelo a cara de perro… Algo así como el argumento de medio millón de películas del oeste. Vale, todos los géneros tienen sus tópicos, pero Harris (deja la cámara, chaval) los mete todos en un cajón de-sastre, a lo tonto a lo tonto, y acaba aburriendo a las ovejas. La construcción de personajes es ridícula, empezando por el propio actor-director, que se limita a poner cara de jugador de póker con estreñimiento crónico. Este batiburrillo de elementos tomados de anteriores westerns carece de la menor inspiración, se limita a ambientar una ¿historia? en un contexto determinado y a retratar a unos personajes con menos convicción que los de “Al salir de clase”. Algún que otro diálogo a lo trascendente tampoco tiene desperdicio. Manda cojones.
Tendría que volver a verla, pero creo que hasta mierdecillas como “Arma joven” me entretuvieron más que esto. El capitán Alatriste, Bridget Jones, Malena, el que volvió a Brideshead y el que salió del abismo se lo montan en el lejano far west. Pero la fiesta no da mucho de sí.