Normalmente, el adjetivo teatral, aplicado a una película, tiene connotaciones peyorativas. Todo lo contrario ocurre en este western de Ray en el que los decorados, el insólito vestuario, no sólo de la protagonista, la fotografía, la partitura de Young, remiten a una representación teatral donde los actores, más que interpretar, declaman. Los diálogos son concisos, brillantes y certeros. Todo es paroxístico, todo se lleva al límite en un arriesgadísimo ejercicio que nunca rebasa la delgada línea que separa lo sublime de lo ridículo. Muchas otras cosas resultan atípicas en la película, único western que conozco, junto con “Encubridora”, también magnífico, en el que las riendas de todo las lleva una mujer, ya vaya con pantalón y pistola o con vestido de seda. Es una película de antagonismos estereotipados, en la que cada personaje tiene su antagonista (Vienna-Emma; Logan-Kid; juez-sheriff; Borgnine-Carradine…). A pesar de ello, funciona como un perfecto mecanismo de relojería. Como todas las grandes películas, es muchas cosas: un drama romántico, un canto al heroísmo, a la defensa de las propias convicciones, una denuncia de la corrupción, alusiones a la caza de brujas, un retrato de época…