Leguizamo es un conductor de furgón blindado; Rosie Pérez interpreta a su mujer, una enfermera con la que tiene dos hijos, una adolescente liada con un macarra que se dedica al trapicheo, y un chaval de doce años. Sus vidas transcurren con la dureza que se puede esperar en una familia chicana de un suburbio angelino. Como se suele decir, van tirando. Hasta que un buen día, el furgón es atracado y Leguizamo resulta gravemente herido. A partir de ese momento, la vida de los protagonistas da un giro radical. El chófer debe superar las secuelas del atraco, y de paso convencer a la poli de que él no está implicado. Ah, y conservar a su familia, cada vez más desquiciada. Todo esto bajo una estética realista, de cámara nerviosa y fotografía sucia, muy resultona. Pero, héte aquí que cuando parecemos estar ante una película interesante, la cosa deriva hacia “Yo soy la Justicia”, con toques lerdos a lo “Torrente, el brazo tonto de la ley”. En la segunda mitad la cosa tiene más lagunas que la memoria del protagonista y el inicial tono dramático acaba siendo patético. Ni siquiera las esforzadas interpretaciones salvan el asunto. Una pena.