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Polonia Polonia · Terrassa
Voto de Taylor:
8
Bélico. Drama Año 1937. Guerra chino-japonesa. En su avance por territorio chino, las tropas niponas llegan hasta Nanking, la capital, donde cometen toda clase de atrocidades. La historia sigue el destino de varios personajes, unos ficticios y otros reales. (FILMAFFINITY)
8 de mayo de 2010
60 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Propagandística? Para nada, señores. Una guerra es una guerra y cuando un país invade a otro por puro afán expansionista y comete -por si fuera poco- las mil y una perrerías, ese país es el agresor. El infractor. El culpable. Así de claro. Contemplarlo de cualquier otro modo no tan sólo constituye un vil e infame ejercicio de miopía histórica sino que delata, además, intereses partidistas o ideológicos muy pero que muy peligrosos. ¿Significa esto que los japoneses son un pueblo muy malo y los chinos un pueblo muy bueno? Pues no, tampoco es eso. No, al menos, desde una perspectiva tan simplista, global y generalizadora. Pero lo que está claro es que Japón no consiguió anexionar a su imperio Corea, Formosa y Manchuria al son de “Pom, pom… ¿Quién es? Una rosa y un claveeel. Abre la murallaaa”. Ni mucho menos. Japón consiguió levantar su imperio -como toda metrópoli- gracias al poder de las armas. Y eso y mucho más es lo que describe espléndidamente “Ciudad de vida y muerte”. La ocupación de Nanking (por aquellos entonces capital de la China de Chang Kai Shek) por parte del ejército imperial nipón. Obviamente, con todos los daños colaterales (torturas, violaciones, ejecuciones masivas…) que de ello se derivan.

Pero más allá de cualquier propósito apologético o moralista que refleje o deje de reflejar “Ciudad de vida y muerte”, lo que resulta evidente es que su factura formal es irreprochable. Absolutamente irreprochable. Empezando por esa sobria y respetuosísima fotografía en b/n, continuando por esas logradísimas secuencias bélicas de su tramo inicial y acabando por un pulso narrativo que no pierde fuelle en ningún instante y que, sin necesidad de efectismos gratuitos de ningún tipo, consigue mantener vivo el interés y la emotividad de todo cuanto acontece hasta los títulos de crédito finales.

Merecidísimo ocho, pues, para una peli que constata a la perfección que sin caras conocidas -e incluso sin color- también es posible construir historias que consigan emocionar y que atraigan la atención del gran público. ¿Y cómo se consigue eso? Pues muy fácil: con sentido, sensibilidad… y oficio.
Taylor
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