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Polonia Polonia · Terrassa
Voto de Taylor:
6
Drama Seis personas intentan sobrevivir a la violencia y a la deshumanización de una gran ciudad como Los Ángeles. Esa atmósfera insana influye decisivamente en la vida de cada uno de ellos. Las vidas de estos personajes se cruzan de manera inesperada. (FILMAFFINITY)
7 de abril de 2008
23 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
No creo en los milagros. Tampoco creo en médiums, santeros, curanderos ni tiradores de cartas. Ni tan solo creo en los juegos de azar. Paso de primitivas, cuponazos, loterías y quinielas. Me considero un alegre pesimista y para mi resultaría incoherente alterar mis actos o malbaratar unas monedas en pos de un quimérico golpe de suerte.

Como Baroja, prefiero creer que -al margen de la buena o mala suerte- todos labramos nuestro propio destino. Rechazo, por consiguiente, esas ‘casualidades forzadas’ que nos plantea Kasdan en “Grand Canyon”. Forzadas por tramposas, fatuas y políticamente correctas. Me explico. Cuando, entrada la noche, el coche que conduce un ejecutivo de perfil medio (Kevin Kline) se avería en ese barrio marginal de Los Angeles, cualquier espectador puede anticipar lo que probablemente acontecerá. Lo que ya suena a cuchufleta y mojiganga es que precisamente el fornido conductor negro de la grúa que espera (Danny Glover) sea el angel de la guarda que acabe protegiendo al tontito de Kline de la amenazante pandilla de chorizos afroamericanos que pretenden desvalijarle. No te jode!!!. Todo ello desencadena una sucesión de acontecimientos, eso sí, muy bien narrados y concatenados pero que huelen escandalosamente a premeditación y filosofía barata. Las ‘casualidades forzadas’ me molestan sobremanera. Cuando el tono es dramático, claro.

Solo creo en las ‘casualidades forzosas’. Aquellas que se producen con naturalidad. Como cae la fruta madura. Aquellas que empujan a la gente a entenderse, a simpatizar, a intimar incluso. Forzosas en tanto en cuanto cultivamos esas relaciones con esfuerzo, entusiasmo y ahínco. Como aquí, en FA. Nuestros respectivos amigos virtuales no son simples frutos de la casualidad. No dependemos de la Divina Providencia. Cada uno de nosotros está condenado a empatizar o no con una serie de individuos determinados que van a cruzarse en nuestro camino. En nuestras manos está materializar ese entendimiento. Yo, en ese sentido, soy un tipo afortunado. Porque, a pesar de todo lo que haya podido hacer, no les merezco. Gracias, fenómenos.

‘A Dios rogando y con el mazo dando’ decía mi abuela. Todo lo demás son monsergas.
Taylor
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