¿A que cuesta imaginarse a Jennifer López como una bella trabajadora autónoma a la que se le pasa el arroz y le cuesta encontrar un chico que la quiera? ¿A que sí? Pues eso es lo que intentan ella, su incuestionable, trasero y los productores de esta prescindible película llamada “El Plan B”: hacernos creer que JLo puede formar parte de la clase media y que los tíos huyen de ella. No lo consiguen, igual que tampoco consiguieron hacernos creer que podemos encontrarnos a Jennifer de chacha de hotel, de policía, de reportera o de consejera matrimonial. Curiosamente, no le fue mal cuando interpretó a una bella nuera de peleas con su suegra, cuando hizo de cantante latina o de profesora de baile. ¿Podría ser (es un suponer) que a la ex de Marc Anthony le peguen más los papeles de comedia ligera o que requieran exhibir dotes musicales que guiones duros en los que haga de cajera heroinómana del Eroski? ¿O de costalera ninfómana? No sé, yo lanzo la pregunta al aire…

No hay nada más aparte de ella en esta sosa “Plan B”, nadie que le haga sombra, nadie que le robe un ápide de protagonismo, nadie que le haga poner de manifiesto sus limitaciones interpretativas, nadie que le diga “Jennifer, te queremos, pero dedícate a la música y a la comedia romántica”. Todo está hecho por y para su lucimiento… y no queda nada para la novedad. La película nos cuenta lo mismo de siempre: el amor está donde menos te lo esperas, nunca hay que perder la esperanza de que aparezca, debemos estar abiertos a todo, etc, etc…

No es mala, pero aburre de tan vista como está mil veces. Leer un libro, limpiar la casa, oir música, hacer la compra… Cualquier plan B que tengáis os aportará más que esto.