Aunque oficialmente “Blackwood” pertenece al género de cine de terror, yo más bien la catalogaría de intriga sobrenatural o de suspense paranormal. De hecho, la crítica resulta más benévola si la película es juzgada sin expectativas en cuanto al miedo provocado o la intensidad de los sustos que pretende inducir, que es más bien poco.

“Blackwood” consigue la atmósfera oscura, gótica y tétrica que se propone conseguir, pero desconcierta al espectador moviéndose en la ambigüedad entre contar un expediente X, una historia de miedo dentro de los límites de la consistencia argumental, o rodar una película de miedo donde los sobresaltos tienen prioridad sobre el argumento. La decisión final es salomónica: una primera parte de introducción e inmersión en una casa embrujada y una segunda parte de desarrollo de una historia a medio camino entre el más acá y el más allá. Al final, como suele pasar en estos casos, esa equidistancia y esa falta de ideas claras es el paso previo al aburrimiento y la indiferencia con un director Rodrigo Cortés - que siempre ha estado cómodo con el rollo psicológico- al que se nota cierta desgana en los sustos convencionales y pone más interés en la segunda, en el desarrollo de una historia.

El problema de vender una película de miedo que no da miedo es que el resultado queda en manos de lo que dé de sí una historia que ni es sorprendente – la tostada se viene oliendo desde las etapas iniciales - ni tiene mucho recorrido - con unos fantasmas de escasa enjundia y unos estereotipos de villanos poco trabajados-. Tampoco jugar la baza de jóvenes amigas que se enfrentan juntas a todos los desafíos termina ofreciendo algo novedoso que invite a ver esta película. Lo mejor que se me ocurre de “Blackwood” es que ofrece un terror-soft de baja intensidad que permite que la vean personas aprehensivas que habitualmente huyan de emociones fuertes y que pueden encontrarla novedosa.