Paco Cabezas pasa por ser uno de los directores top del cine español y, lo cierto, es que ha demostrado más de una vez que su estatus es merecido. También es verdad que otras veces ha patinado de lo lindo, pero su balance es lo suficientemente favorable como para acercarse a sus productos con curiosidad y cierta expectación. Con esta“Adios” se adentra en el género de thriller policial y logra un arranque realmente poderoso que hace pensar que estamos ante una obra que sigue la línea de calidad de “No habrá paz para los malvados”, “La isla mínima” o “Que Dios nos perdone”. Oscura, cruda, racial y muy pasional, “Adios” se nos plantea en unos términos de extrema proximidad y realismo en lo que se refiere a la labor policial de la investigación de un complejo crimen de derivadas insospechadas y muy bien cebadas.

Es inevitable hablar del papel de Mario Casas haciendo de gitanazo y la palabra que se me viene a la mente es genialidad: no sé si es casualidad o buen hacer, pero Cabezas parece haber tenido una revelación: si Mario Casas no va a la vocalización, que la vocalización vaya a Mario Casas, así que le pone en un registro de enorme exigencia vocal, un adorable andalú mezcla de la Ministra de Hacienda Marisú Montero y Omar Montes, tan absolutamente ininteligible como el acento del resto del reparto autóctono que hace que “Adios” sea únicamente comprensible con subtítulos. La puse en TVE y no entendía nada. Me puse cascos y lo mismo. Tuve que activar la opción de V.O.S. para poder saber qué estaban diciendo. En ese contexto, poco importan las habilidades vocales de Casas (o de Natalia de Tena, otra que tiene que estar acordándose del momento en que firmó ese papel de gitana) y su presencia gana puntos.

Con todas y con esas, “Adios” ofrece un primer y segundo actos notables. La trama gitana y la trama policial se muestran sólidas y solventes, tanto por separado como cuando cruzan sus caminos. Quizá le sobra algún exceso de acción, que parece buscar una exhibición de músculo técnico en llamativas y frenéticas secuencias que agradan más al espectador que al argumento, pero no está mal pecar por exceso. También algunos registros parecen reciclados de estándares del cine policial de toda la vida o de tópicos gitaniles, pero la película los integra bien. Es en el desenlace donde “Adios” pierde mucho de lo ganado y, al menos en mi caso, decepciona hasta el insuficiente, nuevamente víctima de sus excesos y de buscar adornarse retorciendo el guion en busca del perfecto final sorprendente. Cuando “Adios” estaba pidiendo un final sobrio y acorde con su narrativa previa, y cuando las cartas estaban dispuestas para ofrecerlo, empiezan las sorpresas y los giros dentro de los giros, en las sobreactuaciones y las casualidades para que todo cuadre, vivan los que tienen que vivir, mueran los que tengan que morir y se rediman los que se tienen que redimir.

No sé, es como si Cabezas hubiese pensado que era todo demasiado fácil y que a la gente no le gusta lo fácil. Pues no, lo que no le gusta es la falta de naturalidad. No le gusta que conviertan en una peli de acción, lo que estaba siendo una peli de detectives. O, si lo hacen, que se haga bien y que no se convierta el final en un enorme agujero de guion («¿Por qué el malo no dispara ahí? ¿Por qué tropieza convenientemente allá?... ») . La factura de “Adios” está a la altura de su director, pero el conjunto no es una obra a la altura de los grandes thrillers españoles modernos.