Aunque producida bajo bandera norteamericana, se nota el espíritu británico de su guion en que por muy pastelosa (y algo predecible) que resulta ser por momentos, la película se reajusta y autoequilibra con algún giro curioso y repartiendo su carga emocional de una manera uniforme que resulte aceptable por igual entre el público con tendencias más sensibles y el espectador con intereses más pragmático. Quizá abusa de las coincidencias y del concepto de amor por predestinación, pero “Siempre el mismo día” termina consiguiendo sensaciones agradablemente agridulces en la línea de “Cuatro bodas y un funeral” y similares.

La película es compleja de contar, con muchas microhistorias paralelas durante un amplio periodo vital en la vida de los protagonistas y su gran mérito, para mí, es que logra resolver el desafío narrativo con notable agilidad y sin dejarse demasiados matices por el camino. Aunque la historia abarca media vida de una pareja (y adyacentes), los personajes no se difuminan y sus personalidades e intereses son claros (y coherentes) en todo momento. Por una vez, esa cara indefinida de viejoven que tiene Jim Sturguess no se vuelve en su contra y le ayuda a interpretar un papel de largo recorrido temporal.

La factura es hermosa y el tono conmueve. Pero, curiosamente, es de esas películas que no volvería a ver… y NO lo digo como algo negativo, más bien al contrario, como una evidencia de que la película da en el clavo y, como buen drama romántico con toques de humor, mi cuerpo no resistiría otra dosis de sentimientos concentrados ni sabiendo de antemano el final, ni preparándome emocionalmente ante cada golpe del destino. Los aficionados al género la disfrutarán.