Quien quiera ver en “Outlander” un refrito de “Depredador”, “Beowulf”, “Pitch Black”, “Pathfinder” y “El Guerrero número 13” está en su perfecto derecho. Quien quiera ponerla verde por no pretender otra cosa que hacernos pasar un buen rato, no. “Outlander” es cine comercial cien por cien, sí, pero del honesto, del profesional, del que tiene una historia fantástica que contar (en los dos sentidos: fantástica, de ciencia-ficción, y fantástica, de fabulosa) y la cuenta sin complejos pero sin artificios.

Hace falta tener mucho valor para mezclar aliens, viajeros del espacio y vikingos sin caer en el ridículo ni en el esperpento… pero se nota que el, hasta ahora para mí, desconocido Howard McCain cree en una historia que, si nos atenemos exclusiva a las sinopsis, se pasea por la difusa frontera que separa la ciencia-ficción del tomar por tontos a los espectadores. Supongo que el hecho de que él mismo haya co-escrito el guión influye en haber hecho algo respetuoso con la inteligencia. Se nota que McCain ha puesto todo su interés en la trama que ha escrito y contagia de esa seguridad a su reparto, especialmente al siempre solvente Caveziel, que se mete en la piel del alienígena Kainan como si le fuera la vida en ello y está bien secundado por unos Sophia Myles y John Hurt igual de convencidos de que la película es ciencia-ficción de la buena y no una más de Uwe Boll.

Uniendo a la coherencia de la trama y al entusiasmo de los actores unos efectos especiales sencillos pero eficaces, nada recargados, de los que combinan espectacularidad con credibilidad, el resultado es una obra de las que dejan un gran sabor de boca. Violenta y gore cuando hace falta, sorprendentemente profunda en algún momento y espectacular siempre. Entretenimiento cien por cien con clase e inteligencia.