La animación exige un trabajo tan minucioso para cada escena que ninguna compañía se arriesga a invertir tantas horas de esfuerzo si no hay un guión detrás escrito al menos con la misma dedicación. El porqué se está viviendo ahora el mejor momento de este tipo de cine (¿pero no había crisis de ideas en la industria?) se puede asociar a los avances técnicos, al hecho de que permite lenguajes estéticos y narrativos completamente diferentes a los convencionales, a que se ha superado el cliché de que es infantil, y a que los grandes estudios saben que es uno de los pocos géneros que puede atraer a niños, jóvenes y viejos de los dos sexos por igual, en vez de ceñirse a un segmento concreto (la razón por la que "Titanic" y "Avatar" son las dos películas más taquilleras de la historia, por cierto).

Tampoco es que "Fantástico Sr. Fox" vaya a romper récords de recaudación, porque su público potencial lo componen exclusivamente personas inteligentes. Pero por eso mismo es cuestión de tiempo su conversión a la categoría de clásico, como ya lo es hoy "Pesadilla antes de Navidad", apenas 15 años después de su estreno. Encontramos un universo propio aparentemente alocado pero pleno de sentido (muy del estilo de "Arizona Baby"), de esos a los que se puede volver cuantas veces se quiera a descubrir detalles que pasaron inadvertidos la primera vez. Afortunadamente Wes Anderson ha aparcado su ininteligible sentido del humor y se deja llevar por la máxima de Roald Dahl, aquella de que a los entusiastas y los audaces les pasan cosas y (casi siempre) ganan.