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España España · Barcelona
Voto de Eduardo:
7
Western Kansas, 1866. Un forastero (Errol Flynn) intenta imponer el orden y la justicia en Dodge City, una próspera ciudad a la que llega el ferrocarril, pero que está dominada por un cacique y su banda de pistoleros. En su empeño cuenta con el apoyo de la sobrina del médico local (Olivia de Havilland). (FILMAFFINITY)
20 de febrero de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Conviene desempolvar los clásicos de vez en cuando, con cuanta más frecuencia mejor, teniendo en cuenta las oleadas de mediocridad que se abaten sobre nosotros, en ocasiones disfrazadas de qualité y con la bendición de cierta crítica poco crítica. Dodge, ciudad sin ley no es la mejor entrega de la dupla Flynn-De Havilland, pero aun así entona la tarde y templa el alma. Se trata de un ágil y energético western firmado por el casi siempre eficiente Michael Curtiz. Repasa prácticamente todo el catálogo: asesinatos por la espalda, traiciones sin cuento, tiroteos, estampidas de reses aterrorizadas, pelea a puñetazos con destrucción del saloon incluida, damiselas en apuros, malos malísimos, héroe que no se despeina en ningún momento, un repugnante niñito que recibe su merecido, periodistas insobornables... Sólo faltan los indios. Errol Flynn está más comedido que de costumbre, echo en falta el ímpetu animal de El capitán Blood, Robin de los Bosques, La carga de la brigada ligera... Olivia sale menos de lo acostumbrado, pero en la última media hora se le acumulan las escenas, como para compensar su escasa presencia en la primera parte. Ann Sheridan canta y baila, muy recatadamente, por cierto. El amigo del héroe vuelve a ser Alan Hale, por supuesto, y los malotes poseen las efigies del torvo Victor Jory y el peligroso Bruce Cabot. Max Steiner da rienda suelta a violines y trompetas varias, mientras Sol Polito filma las imágenes con un limpio y reluciente technicolor. Incluso atisbamos en un breve papel a Gloria Holden, la inolvidable hija de Drácula, y al fascista Ward Bond, curtido en mil y un westerns. Toda esta combinación de luminarias ofrece 104 minutos pletóricos de acción, humor y emoción, con esa fe en lo que hacían propia de los clásicos. No es moco de pavo, con la que nos está cayendo encima...
Eduardo
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