Poético título para un muy violento thriller, en el que Matt Scudder, ex policía, ex alcohólico, ahora investigador privado (creación de Lawrence Block, que lleva 17 novelas con el personaje) recibe el encargo, nada menos que de un narco, de descubrir y entregarle a los asesinos de su esposa. Dicha misión conducirá a Scudder a toparse con toda clase de seres repugnantes, incluidos los dos psicópatas autores de los crímenes. No es una película original, pero mantiene la tensión en todo momento, con escenas tan escalofriantes como el suicidio del presunto testigo desde la azotea donde está siendo interrogado por Scudder. Liam Neeson, otrora un actor brillante, repite por enésima vez el personaje que le ha dado fama ya rebasados los 60 años, ese vengador urbano a su pesar, que carga con los pecados de los demás y se ve obligado a limpiar el mundo de basura. Los actores que le acompañan, desconocidos para mí, cumplen su cometido con esa eficacia tan típica del cine estadounidense (conviene reconocer las cosas). No aporta nada al género, no creo que Scudder vuelva a aparecer con la jeta de Neeson y, en el fondo, defiende que con determinados delincuentes es mejor tomarse la justicia por la mano, aunque sin exagerar las tintas. Bien rodada por Scott Frank, bien ambientada, da exactamente lo que uno esperaba, casi dos horas de acción y suspense. Nadie puede protestar.