Quien mucho abarca poco aprieta. Éste es el drama de Gore Verbinski en su última y ambiciosa obra, cuyas costuras se rompen por todas partes por diversos motivos.
Un repulsivo ejecutivo de medio pelo, de esos jovencitos que se creen muy listos, es enviado a un balneario de los Alpes suizos en busca de un alto directivo de la empresa de truhanes para quienes trabaja. Su misión es sacarlo de su retiro y devolverlo a Nueva York, con el fin de arreglar un chanchullo que se les escapa de las manos. El jactancioso enviado encontrará cosas que no esperaba...
Existen variados problemas en esta producción. Para empezar, el actor protagonista, un tal Dane DeHaan, está muy verde para estos cometidos, y su físico no le acompaña, una especie de Leo DiCaprio descafeinado. El guión pretende aterrorizarnos tanto como epatarnos, y no logra ni una cosa ni otra. El escenario se lo come todo, no sólo los grandiosos paisajes naturales, sino el interior del balneario siniestro, que nos remite a la arquitectura y la ambientación de finales del siglo XIX. Los quiebros del libreto no están bien engarzados, y en ningún momento llegas a sentirte verdaderamente inquieto, que supongo era la pretensión de su director. Habría sido necesaria la mano de Polanski, o de Guillermo del Toro, para realzar los aspectos más góticos de la trama. Si examinamos la filmografía de Gore Verbinski, dedicada en su totalidad a productos muy comerciales de consumo rápido, no deja de extrañar que le encomendaran una obra de estas características.
Una pena, porque la película habría podido dar mucho más de sí.