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España España · Barcelona
Voto de Eduardo:
8
Fantástico. Drama. Romance. Thriller En un inquietante laboratorio de alta seguridad, durante la Guerra Fría, se produce una conexión insólita entre dos mundos aparentemente alejados. La vida de la solitaria Elisa (Sally Hawkins), que trabaja como limpiadora en el laboratorio, cambia por completo cuando descubre un experimento clasificado como secreto: un hombre anfibio (Doug Jones) que se encuentra ahí recluido. (FILMAFFINITY)
11 de marzo de 2018
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Guillermo del Toro busca la obra maestra y no acaba de rematarla. Estuvo muy cerca en El laberinto del fauno, y casi lo consigue con La forma del agua. Pero aún no ha llegado el momento, por lo visto. El comentario casi unánime de mis amigos, conocidos y saludados es: "esperaba más". Es lo que suele suceder (por suerte no siempre) cuando te machacan con una publicidad abusiva sobre las bondades de determinado producto, y lamento mucho tildar de producto a La forma del agua. Porque es mucho más que eso. Es una obra sensible, diferente, poética, apasionada y oscura. Una rara avis en el cine actual. Y un himno emocionado a la otredad.
La soledad de la otredad. Elisa es muda, una humilde mujer de la limpieza encerrada en su mundo de silencio. Cada mañana se mete en la bañera y se masturba frenéticamente, para luego ir a trabajar. Sólo tiene un amigo, su vecino Giles, un ilustrador gráfico de probada calidad artística, pero caído en desgracia, probablemente debido a su homosexualidad. No olvidemos que estamos en los Estados Unidos a principios de los años 60. Otro marginado como Elisa. Sus patéticos intentos de ligar con un gañán rubito descubren la naturaleza homófoba y racista de éste. Elisa trabaja en unas instalaciones gubernamentales que ocultan un horrible secreto: han capturado en la selva amazónica a un ser anfibio con el que quieren experimentar (homenaje directo a La mujer y el monstruo, sin duda la inspiración de la película). Pero el ser monstruoso posee inteligencia. Y sensibilidad. El tercer marginado de la trama. Inevitablemente, el amor surgirá entre Elisa y el supuesto monstruo.
Pero hay un cuarto marginado, Zelda, la amiga y protectora de Elisa. Es negra, y por tanto de segunda fila, tal como dictamina el personaje "normal" de la historia, Strickland, un psicópata cruel y torturador que representa al norteamericano medio.
Del Toro describe a estos cuatro marginados con tanta ternura como sensibilidad, entrelazándolos en un relato que vira hacia la tragedia a medida que avanza el metraje. Para ello no duda en rodar escenas capaces de bordear el ridículo para desembocar en lo sublime (la escena de amor acuático con el cine inundándose, el ballet imaginado por Elisa, otro homenaje directo, esta vez a La bella y la bestia). En todo momento cuenta con la inspiradísima banda sonora del maestro Alexandre Desplat, el gran heredero de los clásicos, y unos intérpretes de excepción, empezando por esa Sally Hawkins, cuyos rasgos se dulcifican hasta el punto de parecer hermosa, el inquietante Michael Shannon, al que aprendemos a odiar en cuanto aparece en pantalla, Richard Jenkins, entre patético y adorable, y la muy convincente Octavia Spencer, en otra lección de interpretación.
¿Por qué no cuaja todo esto en una obra maestra, como afirma mi admirado Carlos Boyero? Lo ignoro. Mientras desfilan los títulos de crédito, me preguntaba perplejo qué le faltaba a la película, y a día de hoy aún no lo he averiguado. Me gustó, pero no me emocionó. Me produjo ternura, pero no me conmovió. He observado escaso entusiasmo en los votantes de FA: ni siquiera llega al 7. ¿Es que las exhibiciones impúdicas de sensibilidad acojonan, asustan, producen rechazo?
En cualquier caso, à ne pas manquer, como escribía el llorado José Luis Guarner.
Eduardo
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