No sólo desaparece la niña objeto de la investigación, sino también el otrora brillante director Atom Egoyan, de quien recordamos con admiración pequeñas joyas como El liquidador, Exótica, El dulce porvenir... Aquí nos entrega una historia de pederastas y sus víctimas que no emociona ni un segundo. Los personajes son tan planos que se difuminan, sin el menor aliento humano ni espesor vital. Algunas situaciones son chuscas, cuando no ridículas, y no parece que los actores no se hayan molestado demasiado en poner toda la carne en el asador. Un tema tan grave merece una exposición detallada y profunda. Ocho años en poder de unas bestias repugnantes no pueden solventarse con un pulcro telefim que huele a insinceridad por los cuatro costados. La película fue abucheada cuando pasó por Cannes, tal vez porque todo el mundo recordaba mejores tiempos del director canadiense, nacido en Egipto de padres armenios. Si algo podemos reseñar es la presencia impactante de ese animal erótico que es Rosario Dawson, capaz de inquietar el sueño de un santo. Por lo demás, para completistas.