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España España · Madrid
Voto de Charles:
7
Drama Adonis Johnson no llegó a conocer a su padre, el campeón del mundo de los pesos pesados Apollo Creed, que falleció antes de que él naciera. Sin embargo, nadie puede negar que lleva el boxeo en la sangre, por lo que pone rumbo a Philadelphia, el lugar en el que se celebró el legendario combate entre su padre y Rocky Balboa. Una vez allí, Adonis busca a Rocky y le pide que sea su entrenador. A pesar de que este insiste en que ya ha dejado ... [+]
1 de febrero de 2016
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nadie debería esperar escuchar una fanfarria cuando comienza esta historia.
De hecho, hace esfuerzos conscientes para no recordar a aquel boxeador que ya conocemos, hace mucho tiempo, y busca su propio camino escarbando en los márgenes que nunca conocimos.
Esta es una historia de padres e hijos, y los paralelismos siempre están ahí, pero también es una historia de nuevas construcciones y nuevas luchas, consciente de dónde ha venido.

'Creed' es, en esencia, algo muy especial.
Es algo que construye en un legado muy reconocible, y lo lleva por otros caminos, ahondando para sacar de él la rabia acumulada, la miseria y los afectos no correspondidos. Donnie Johnson es solo un hombre pequeño entre las sombras de gigantes, queriendo salir de ellas para labrarse su historia.
Esas sombras son el boxeo como deporte, un famoso Potro Italiano, o un padre que nunca estuvo... de las que solo podrá salir luchando con todo esfuerzo, como en su momento hicieron otros, que tienen estatuas erigidas a su gloria donde la gente se hace fotos, recordando un pasado glorioso de la manera más sencilla.

Nadie dice que nos tenga que gustar Donnie Johnson, de hecho.
Al empezar su historia, no es más que un niñato caprichoso que quiere escapar de todas las comodidades que se han puesto en su vida, y no cae precisamente simpático. No es hasta que le vemos luchando en el ring, salvando todas las consecuencias de llevarse una paliza, que se ve algo de la fuerza de voluntad que le inunda: potente, pero sin pulimentar.
Rocky Balboa también tuvo esa rabia, pero siempre contó con su buen humor, y el aprecio de terceros que ya no están. Por eso esto es una oportunidad de oro para destilar lo que le hizo grande: Rocky deja a Donnie pelear delante del espejo, dando golpes que recibe el mismo. Una lección sencilla, que los golpes que uno se da son probablemente los más difíciles de esquivar, y que tu voluntad quebrada, no los puñetazos de tu rival, es lo primero que te hará caer.

En sesiones de entrenamiento con sabor añejo se consigue dejar claro por qué Rocky ganó sus batallas y otros no: siempre hubo fuerzas para volver a levantarse, no importa lo fuerte que le golpeara nadie, ni siquiera la vida. De pronto, se entiende que al boxeador le quedaba algo tan fundamental como pasar su saber a nuevas generaciones, para que sepan llevar la llama de lo que le impulsó en su momento.
Solo y olvidado, encuentra cierta redención en enseñar lo que aprendió a golpes, lo que nadie te puede enseñar en un gimnasio por mucho nombre clásico que tenga. El aprendizaje no es solo del cuerpo sino sin duda de la mente, pues hay que mentalizarse para no abandonar aún cuando la campana suene.
Y si Donnie trata de escapar de un apellido que lleva como maldición, Rocky intenta escapar de un legado que le supera allá donde vaya. Más que nunca, se resalta la naturaleza del boxeo como gran espectáculo en el que el público acude a ver caer gladiadores portando algún tipo de escudo de armas en forma de apellido, donde no importan tanto las vidas de aquellos que luchan sin que nadie les haya dado nada.

Es un fondo que ya estaba, hace años: lucha, porque nadie lo hará por ti.
Justamente un fondo que también alcanza a Rocky cerca de la pelea decisiva de Donnie, y ante el que decide rendirse. Es entonces cuando Donnie debe recordarle quién es, y devolverle cada pequeño centímetro de coraje y esfuerzo que han ganado juntos.
Ambos, luchador naciente y luchador en su ocaso, combaten por lo que tienen, porque se tienen a sí mismos. Aunque pueda haber un final, porque ambos lo afrontarán juntos, es emocionante ver como, ni a los 27 ni a los 77, se puede uno rendir a lo que los demás te han marcado para ser.
Una lucha que la joven cantante por la que Donnie también lucha comprende muy bien, al entregarse a la música sin garantías de que esa pasión le sea devuelta. Porque una pasión se lucha, hasta el fin, sin atajos fáciles, justo el que podría haber tomado Rocky antes de que su pupilo le recuerde lo que estaba a punto de olvidar.

En el combate final, el detalle está en las manchas de sangre, derramadas y removidas, que han cimentado esta historia de forja personal.
Sería demasiado poco decir que se ha llorado a los padres, que se ha sufrido por los legados, que se ha crecido bajo el abandono. Porque todo eso desaparece, una vez que uno se levanta y sigue.

Creed es un nombre a ganarse, pero también una promesa hecha a alguien que no pudo escucharla. Tanto Donnie como Rocky han tenido siempre esa promesa presente, y por eso se la dicen el uno al otro, porque nunca es tarde para hacerlo.
Es cuando, finalmente, se cumple esa promesa, cuando se ve que Donnie se la hizo a si mismo. Los demás le alentaron, le prestaron sus legados para romperlos o para reinventarlos, le dieron su amor para recordarlo, pero en el final solo luchaba contra la dificultad de aceptar quién es, y quién será tras saberlo.

¿Y Rocky?
Las escaleras del museo de Philadelphia no dejarán de recordar sus pasos, como un ejemplo de que las cumbres, en esta vida, pueden alcanzarse.
Charles
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