España, el tópico.
O los tópicos, más bien: el machorro ibérico, la mujer resignada con carácter, los churros y porras, el bareto de barrio con la máquina del millón, los charlatanes y estafadores de autoayuda, los restaurantes de imitación americana, las bodas de salón gañán, las niñas impúdicas enganchadas al móvil, los buses de asiento metálico, los pisos del viejo Madrid como cápsulas del tiempo, las discotecas donde conviven éxitos internacionales con "la de los Gorilas"...
Pablo Berger, por raro que pueda parecer, no los desprecia ni se ríe más de lo necesario con ellos, sino que los celebra, a su peculiar y modesta manera, pero sin dejar de lado que en algo deben cambiar.

Por suerte, el truco que es 'Abracadabra' le permite hablar de todo ello bajo la forma de un cuento fantástico, y a la vez divertirse mutando el género de la comedia al terror, del terror al drama y vuelta a empezar, como dejando claro que somos un país de inesperados contrastes, en el que ni todo es tan malo ni nada es tan bueno.
Carlos, el prototipo definitivo de macho español, un buen mal día se presta a una sesión de hipnosis realizada por el primo de su mujer Carmen, y a partir de ahí se empieza a operar un cambio, en el que se convierte en la máxima expresión de la bondad y la candidez, sorprendiendo a todos los que le conocen.
¿Nada demasiado malo, verdad?
Pero ahí empieza la parte más interesante de la historia, cuando la investigación que llevan a cabo Carmen y su primo Pepe desvela algunas inquietantes sospechas, y de paso plantea cuán necesario o acertado es ese cambio.

Porque el fondo de la cuestión es que Carmen aún ama a su agresivo marido, aunque no pueda desengancharse de esa nueva y amablemente inquietante personalidad que ahora invade su cuerpo.
Y tal vez la verdadera pregunta está en cómo Carmen puede seguir todavía queriéndole, cuando es algo que tiene fácil respuesta: nos podemos acostumbrar tanto a lo malo, a lo que nos fustiga con un látigo y nos dice a donde tirar, a lo que nos hace disculparnos eternamente, que en el miedo a un cambio definitivo no aceptamos lo bueno, sino que nos precipitamos a lo "menos malo".
Así que ahí seguimos, en este país que Pablo pinta esquizofrénico, con asesinos de gran elegancia que bailan una fiebre del sábado noche, con taxistas que se creen vigilantes de película y maridos que veneran el fútbol como máximo orgullo nacional.
Y el público nos reímos, claro, aunque solo sea porque nos están contando un escalofriante relato de que tanto no hemos cambiado, en forma de comedia en la que esos "males menores" siempre van a formar parte de lo que somos.
Ahí está la brillantez del truco, supongo.

Habría que preguntarse hasta qué punto Berger quería incidir en España y sus manías, pero no importa, porque son un fascinante contexto costumbrista e inmóvil al verdadero tema, que es la posibilidad de la magia y lo sobrenatural, lo extraordinario que convive con lo ordinario, y que las más de las veces se alimentan mutuamente.
Todo esto empieza con una hipnosis que nadie se cree, y acaba con una hipnosis que tiene todo el sentido del mundo: señal de que lo más inesperado también puede suceder, y lo que siempre ha parecido imposible se puede lograr.

Algo que podemos aprender, y de lo que nunca es tarde para darse cuenta.
Aunque nos sigan gustando los churros y las porras, y siempre haya tiempo para bailar como un gorila en las bodas.

(No quería hablar de España, ese tópico.
Pero hasta los tópicos tienen la posibilidad de cambiar, sin necesidad de que tengan que desaparecer.)