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España España · Madrid
Voto de Charles:
6
Thriller Siete desconocidos, cada uno con un secreto, se reúnen en el hotel El Royale, en el lago Tahoe, un sitio ruinoso con un oscuro pasado. En el transcurso de una fatídica noche, todos tendrán una última oportunidad de redención ... antes de que todo se vaya al infierno. (FILMAFFINITY)
2 de diciembre de 2018
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1968, las ratas que abandonaban el barco no podían disfrazarse mucho más bajo la apariencia de leones.
Los movimientos juveniles contra la guerra de Vietnam, la inminente llegada del hombre a la Luna y el cambio de presidencia con Richard Nixon dejaban ver una nación fracturada, profundamente rabiosa contra la vieja guardia generacional.
Y, como siempre ha sucedido, es en las fronteras marginales donde todo eso suele explotar.

'Malos Tiempos en El Royale' decide divertirse en el amanecer de un cambio socio-cultural.
Pero no solo eso, sino que además tiene el buen gusto y estilo de tomarse su tiempo para disponer todas las piezas, dejar lujoso espacio a sus variopintos personajes y, en última estancia, apenas trazar un leve misterio para que sean ellos los que se choquen.
Porque nadie a finales de los 60, en la muerte certificada de la impoluta familia norteamericana, escapaba de estar a merced de conspiraciones mucho más grandes que cualquier individuo.

Daría la impresión de que esos tejemanejes van a permanecer lejos del antaño glamouroso motel de frontera entre Nevada y Florida, pero pronto queda al descubierto que sobreviven atraídos por la vieja reliquia dejada allí: dinero a montones, antiguo y sucio, producto de un robo necesario hace tiempo, conciencia latente que pide la sangre de los que nunca cumplieron su condena.
Nadie escapa sin mácula, ni el misterioso vendedor de aspiradoras Seymour Sullivan, ni la airada hippie Emily Summerspring, ni mucho menos los "rivales más débiles" frente a sus respectivos machismo flagrante y morro torcido, el anciano Padre Daniel Flynt y la cantante negra Darlene Sweet.
Desde el principio se cuaja un juego de espejos entre los cuatro, uno al que el pipiolo gerente del hotel Miles Miller se ve arrastrado sin pretenderlo, donde el vigilar la mirilla y bajar la persiana con una sonrisa forzada parece la única precaución posible ante la desconfianza que inspira el vecino.

Conviene no desvelar nada más para conservar la atinada matrioska que es el argumento, pero hace falta decirlo: gracias, muchas gracias director Drew Goddard, por dejar claro que la muerte puede llegar en el momento de más quietud, y ninguna ficha (famosa o no) se puede librar de caerse por el lado equivocado del tablero.
Probablemente era un estado de paranoia muy fiel a ese momento concreto, donde grandes hombres enmarcados en la Historia necesitaban reafirmar su poderío machote, y cuanto más horriblemente desmesurada era la sospecha más probabilidad tenía de extenderse todo lo lejos posible de la moralidad (nadie pensaba que un Presidente vigilaría todos los pasos de su gente, nadie pensaba que se mandaban jóvenes ya muertos a una guerra imposible de ganar).
Y, como siempre ha sucedido, en el escalón más bajo estaban los viejos (religiosos), los niños (gerentes) y las mujeres (negras), siempre esperando el próximo cachito que les dieran.

En ese estado de la cuestión, es la tímida conexión entre Flynt y Darlene la única que muestra un poquito de esperanza: aunque al principio se arrojan las mismas miradas glaciales que le echarían a cualquier otro huésped, uno abriéndose al otro sobresale como ejemplo de esa bondad que debía ir agazapada en tiempos; y particularmente Jeff Bridges a punto esta de robarse unas alas de ángel inesperado.
A ellos, por lo menos, les hemos visto luchar, y huir por un mañana mejor, pero otros no han tenido tanta suerte, quedándose como el chico de mantenimiento de la gente pudiente, guardando secretos horribles y merodeando siempre por pasillos donde se ha concentrado el peor rostro del país: Miles ha vivido atado en un caleidoscopio con paredes transparentes a sus grandes ídolos, y tanto es el peso de la maldad que ya no puede dejarla atrás.
Como todo lo contrario existe Billy Lee, el iluminado líder de su propia secta libre, todo buenas maneras y apolínea figura, que forzando su lugar en medio de la sociedad no soluciona nada, sino que ha cambiado la realidad de sus seguidoras por otro sistema igual de cerrado.

El Royale, al final, nunca hizo nada a nadie, porque los hombres que pasaban por allí ya tenían suficientes crueldades en mente.
La ironía, y la buena noticia, es que una semilla podrida en forma de dineral, en el peor lugar, en el peor momento, parezca decidir el camino que tomaría toda una nación a partir de entonces.
Lo dice Darlene, de hecho, en un arranque de insospechada valentía, quizá inspirada por todo lo sufrido: "siempre hay hombrecitos como tú... que acaban olvidados algún día".

Quizá la estancia se alargue más de lo necesario llegado el final, pero El Royale se queda como buen sitio a visitar.
Sobre todo porque tras los malos tiempos, siempre vienen mejores.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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