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Ciencia ficción. Fantástico. Aventuras. Acción
La malvada Primera Orden se ha vuelto más poderosa y tiene contra las cuerdas a la Resistencia, liderada por la General Leia Organa (Carrie Fisher). El piloto Poe Dameron (Oscar Isaac) encabeza una misión para intentar destruir un acorazado de la Primera Orden. Mientras tanto, la joven Rey (Daisy Ridley) tendrá que definir su futuro y su vocación, y el viejo jedi Luke Skywalker (Mark Hamill) revaluar el significado de su vida. (FILMAFFINITY) [+]
15 de diciembre de 2017
76 de 126 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aquí estamos otra vez.
El mismo Imperio, la misma Rebelión, el eterno retorno entre dos facciones que en si mismas representan dos modos de ver el mundo, o la galaxia, y no podrían existir la una sin la otra.
Pero también algo más: savia nueva creciendo al abrigo del árbol viejo, luchando por su propio destino, aunque buscando la manera de honrar los destinos de sus mayores.
En el momento más espectacular, temática y visualmente, de 'Star Wars: Los Últimos Jedi' late un mismo conflicto que hace eco en todo el episodio: dos jóvenes reclamando una vieja reliquia, cada uno para si mismo, porque es un símbolo de esperanza que les inspiró a salir de quiénes eran.
Todo eso sin darse cuenta de que todo lo que necesitan, un legado y una autorealización, ya está creciendo dentro de ellos, desde el primer momento en que sus huellas no se correspondieron con sus maestros.
Es triste que el alumno no pueda ir más allá de lo que ha sido su maestro, y ese es un mantra que se repite en toda la película, como progresión de su historia, pero también como recordatorio de que esta franquicia se ha construido en hombros de gigantes, que a punto han estado de asfixiar a los que siguen su ejemplo.
(En ese sentido, 'El Despertar de la Fuerza' queda como un peaje comercial, taquillero de esta que nos ocupa, y yo que me alegro)
Sigue habiendo trepidantes combates espaciales, emboscadas inesperadas, duelos épicos de esos que chocan destinos, traiciones que matan la esperanza, blásters, líderes manipuladores de mentes y emociones... todo eso es lo mismo, lo de siempre, a cargo de Finn, Poe y otros rebeldes del montón (que luchan por nuestra atención cuando a Leia sólo le basta una mirada), pero... algo más flota en el ambiente.
Rey fue en busca de Luke Skywalker y le encontró, pero allí donde esperaba hallar grandeza sólo había decepción, y falta de creencia. El antiguo maestro Jedi ahora es sólo un viejo resolutivo, que consume su tiempo lejos del mundo, sintiendo que este le pasó por encima y él no hizo nada para evitarlo.
'Star Wars', sin avisar, abre la puerta a la relatividad moral, y es más siniestra que el lado oscuro: "era Luke Skywalker, debería haber estado a la altura de mi leyenda... pero no lo hice, y ahora pago la eterna deuda a una duda momentánea".
Nada más terrorífico que un maestro dudando de si mismo, nada más triste que un hombre dándose cuenta de que todas las buenas intenciones no valen para nada, cuando al primer desvío eliges tomar la misma y conocida carretera equivocada.
Desde ese momento, y aunque recuperar lo que ya funcionó parece tentador, la única solución parece cortar la cabeza a la bestia de pecados de los padres, para que los jóvenes puedan tener algún futuro.
No es de extrañar que la Fuerza junte a Rey y Kylo Ren: ambos nacieron en lados fracturados de una balanza milenaria, desarrollándose amparados bajo sus errores y dogmas, para finalmente darse cuenta de que hay pocas verdades absolutas que justifiquen cualquiera de sus guerras. Como la única savia nueva, ambos se esfuerzan en intentar entenderse, hallando una conexión más fluida que la de sus decrépitos y ¿manipuladores? maestros.
Los buenos y los malos no existen, dice DJ (espléndido Benicio del Toro, siendo el último irredimible de la galaxia), y al final todo se reduce a puntos de vista, cosas que nunca se dijeron porque no era el momento o gatillos que apretaron otros y, citándole de nuevo, "tal vez me equivoque" pero esa es la verdad.
La cortina de Oz ya no existe, o quizá siempre la poníamos nosotros.
Quisimos nuestras leyendas puras y perfectas, inmutables, pero el tiempo y las nuevas generaciones, si algo tienen, es que son inevitables: siempre traen equilibrio a la Fuerza, vida que se descompone y vuelve a renacer, en un ciclo infinito que nunca perteneció a los Jedi, a los Sith y ni mucho menos a ese mito que se hacía llamar Luke Skywalker.
Y por eso aplaudo la valentía de entender este episodio como un rompe y rasga, un nuevo requiebro sobre el viaje del héroe que, más que hacerle patético u equivocado, le engrandece.
Porque cuesta estar a la altura de la propia leyenda, pero aún más cuesta entender que no te pertenece lo que otros intenten hacer de ella.
Este nuevo, arriesgado y a su manera renovador capítulo lo ha entendido como nadie: hablando desde el corazón al fan que jugaba con muñecos de algún Luke Skywalker y diciéndole que, él también, tiene derecho a trazar su propio camino, libre de mitos que, al final del día, sólo dificultan escribir el propio.
El mismo Imperio, la misma Rebelión, el eterno retorno entre dos facciones que en si mismas representan dos modos de ver el mundo, o la galaxia, y no podrían existir la una sin la otra.
Pero también algo más: savia nueva creciendo al abrigo del árbol viejo, luchando por su propio destino, aunque buscando la manera de honrar los destinos de sus mayores.
En el momento más espectacular, temática y visualmente, de 'Star Wars: Los Últimos Jedi' late un mismo conflicto que hace eco en todo el episodio: dos jóvenes reclamando una vieja reliquia, cada uno para si mismo, porque es un símbolo de esperanza que les inspiró a salir de quiénes eran.
Todo eso sin darse cuenta de que todo lo que necesitan, un legado y una autorealización, ya está creciendo dentro de ellos, desde el primer momento en que sus huellas no se correspondieron con sus maestros.
Es triste que el alumno no pueda ir más allá de lo que ha sido su maestro, y ese es un mantra que se repite en toda la película, como progresión de su historia, pero también como recordatorio de que esta franquicia se ha construido en hombros de gigantes, que a punto han estado de asfixiar a los que siguen su ejemplo.
(En ese sentido, 'El Despertar de la Fuerza' queda como un peaje comercial, taquillero de esta que nos ocupa, y yo que me alegro)
Sigue habiendo trepidantes combates espaciales, emboscadas inesperadas, duelos épicos de esos que chocan destinos, traiciones que matan la esperanza, blásters, líderes manipuladores de mentes y emociones... todo eso es lo mismo, lo de siempre, a cargo de Finn, Poe y otros rebeldes del montón (que luchan por nuestra atención cuando a Leia sólo le basta una mirada), pero... algo más flota en el ambiente.
Rey fue en busca de Luke Skywalker y le encontró, pero allí donde esperaba hallar grandeza sólo había decepción, y falta de creencia. El antiguo maestro Jedi ahora es sólo un viejo resolutivo, que consume su tiempo lejos del mundo, sintiendo que este le pasó por encima y él no hizo nada para evitarlo.
'Star Wars', sin avisar, abre la puerta a la relatividad moral, y es más siniestra que el lado oscuro: "era Luke Skywalker, debería haber estado a la altura de mi leyenda... pero no lo hice, y ahora pago la eterna deuda a una duda momentánea".
Nada más terrorífico que un maestro dudando de si mismo, nada más triste que un hombre dándose cuenta de que todas las buenas intenciones no valen para nada, cuando al primer desvío eliges tomar la misma y conocida carretera equivocada.
Desde ese momento, y aunque recuperar lo que ya funcionó parece tentador, la única solución parece cortar la cabeza a la bestia de pecados de los padres, para que los jóvenes puedan tener algún futuro.
No es de extrañar que la Fuerza junte a Rey y Kylo Ren: ambos nacieron en lados fracturados de una balanza milenaria, desarrollándose amparados bajo sus errores y dogmas, para finalmente darse cuenta de que hay pocas verdades absolutas que justifiquen cualquiera de sus guerras. Como la única savia nueva, ambos se esfuerzan en intentar entenderse, hallando una conexión más fluida que la de sus decrépitos y ¿manipuladores? maestros.
Los buenos y los malos no existen, dice DJ (espléndido Benicio del Toro, siendo el último irredimible de la galaxia), y al final todo se reduce a puntos de vista, cosas que nunca se dijeron porque no era el momento o gatillos que apretaron otros y, citándole de nuevo, "tal vez me equivoque" pero esa es la verdad.
La cortina de Oz ya no existe, o quizá siempre la poníamos nosotros.
Quisimos nuestras leyendas puras y perfectas, inmutables, pero el tiempo y las nuevas generaciones, si algo tienen, es que son inevitables: siempre traen equilibrio a la Fuerza, vida que se descompone y vuelve a renacer, en un ciclo infinito que nunca perteneció a los Jedi, a los Sith y ni mucho menos a ese mito que se hacía llamar Luke Skywalker.
Y por eso aplaudo la valentía de entender este episodio como un rompe y rasga, un nuevo requiebro sobre el viaje del héroe que, más que hacerle patético u equivocado, le engrandece.
Porque cuesta estar a la altura de la propia leyenda, pero aún más cuesta entender que no te pertenece lo que otros intenten hacer de ella.
Este nuevo, arriesgado y a su manera renovador capítulo lo ha entendido como nadie: hablando desde el corazón al fan que jugaba con muñecos de algún Luke Skywalker y diciéndole que, él también, tiene derecho a trazar su propio camino, libre de mitos que, al final del día, sólo dificultan escribir el propio.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Y una escoba que reluce a la luz de la luna cual sable láser puede ser la más gloriosa disgresión que uno se pueda encontrar dentro de esta saga.
Eso en una película que atesora momentos tan hermosos como Luke viendo aquel mensaje de hace años, que pedía ayuda a otra leyenda llamada Obi-Wan Kenobi, y decidiendo que Rey merece vivir su propia llamada a la ilusión.
O aquel, diametralmente opuesto, en el que el crudo enfrentamiento de Luke y Kylo se resuelve en la derrota más sorprendente de toda la saga: una en la que la soledad no se esfuma en el furor de haber matado al adversario, sino que se queda profundamente marcada, apuntando levemente que construir un mito sin respetar los que vinieron antes de ti es condenarte a repetir sus errores.
Luke por fin aprendió, nunca dejó ir a Kylo, nunca le dió la oportunidad de no ser otro Vader, creyó que los mitos siempre tenían que ser de una manera y ese fue el error que pagó por demasiado tiempo.
Pero por fin lo acepta, de la única manera que podía ser: reencontrandose con aquel atardecer, cambiado completamente, consciente de que ese era su cometido dentro de los caminos de la Fuerza.
Eso en una película que atesora momentos tan hermosos como Luke viendo aquel mensaje de hace años, que pedía ayuda a otra leyenda llamada Obi-Wan Kenobi, y decidiendo que Rey merece vivir su propia llamada a la ilusión.
O aquel, diametralmente opuesto, en el que el crudo enfrentamiento de Luke y Kylo se resuelve en la derrota más sorprendente de toda la saga: una en la que la soledad no se esfuma en el furor de haber matado al adversario, sino que se queda profundamente marcada, apuntando levemente que construir un mito sin respetar los que vinieron antes de ti es condenarte a repetir sus errores.
Luke por fin aprendió, nunca dejó ir a Kylo, nunca le dió la oportunidad de no ser otro Vader, creyó que los mitos siempre tenían que ser de una manera y ese fue el error que pagó por demasiado tiempo.
Pero por fin lo acepta, de la única manera que podía ser: reencontrandose con aquel atardecer, cambiado completamente, consciente de que ese era su cometido dentro de los caminos de la Fuerza.