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España España · Madrid
Voto de Charles:
7
Comedia. Drama Medio-oeste americano, 1967. Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg) es un profesor de física que ve cómo de la noche a la mañana su vida se derrumba. Es un hombre bueno, un marido fiel y afectuoso, un buen padre y un profesor serio, pero, de repente, todo en su vida empieza a ir mal. Su mujer lo abandona sin explicaciones, y el amante de ella lo convence para que deje su casa y se mude a un motel por el bien de los niños. Además, su carrera ... [+]
14 de julio de 2016
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'Un Tipo Serio' es la clase de chiste incómodo con el que, hasta mucho después de que te lo cuenten, no te reirás.
Tampoco es un chiste de carcajada, más bien es uno que te deja pensativo acerca del loco, loco mundo y las locas personas que viven en él, para al final sonreír levemente y decir: "qué cosas".
Pero merece la pena tratar de comprenderlo, y tratar de adentrarse en su marciana sátira al borde de lo desagradable.

Empieza sin ningún tipo de amabilidad: con un prólogo toscamente rodado, en hebreo, en una aldea perdida en medio de una ventisca.
En dicha escena nos enteramos acerca de la maldición judía del dybbuk, un espíritu errante que toma forma de alguien fallecido y busca la manera de que alguien le invite a su casa, para que pueda cumplir el cometido que no pudo en vida. Nunca sabemos los nombres de los implicados, solo sabemos que no será la familia escogida la que le ayude a cumplir su misión.
Parece que, incluso en la muerte, la comunidad judía no puede dejar a sus miembros descansar en paz, porque un supuesto dybbuk de maneras amables no tiene nada que hacer contra la superstición de una pareja aterrorizada.

Esa breve pero vital escena, que casi se diría anécdota en el conjunto, marca la pauta de lo que veremos después: la vida de Larry Gopnik, esforzado profesor y padre de familia, que trata en todo momento de mantener su mundo entero mientras se desmorona, y todos los supuestos dogmas de fe para sustentarlo se le quedan cortos.
Su mujer no solo quiere divorciarse de él a pocos días del bar mitzvah de su hijo, sino que además debe soportar que un alumno extranjero le acose buscando aprobar una asignatura suya. Pero nunca es solo eso: resulta que el causante del divorcio de su mujer quiere ser su mejor amigo, y que dicho alumno no parará hasta conseguir su objetivo, hasta el punto de sobornarle o decirle a su padre que hable con él.
Aparte, en la casa de los Gopnik el caos reina: el hijo pequeño está más interesado en la marihuana y en la música que en la Torah, mientras que la mayor en su obsesión por lavarse el pelo debe esperar siempre a que el tío Arthur termine con el baño, un familiar que vive en el salón, perpetuamente conectado a una máquina para drenar su quiste sebáceo. Tras esas casas perfectas, milimétricamente colocadas, no hay ningún tipo de orden, nada que nos haga pensar que el seguimiento de la Torah, y por extensión de cualquier religión, brinde más satisfacción que llevar a tu hijo a cazar ciervos, como hacen los paletos vecinos.

Y sin embargo, la religión está presente en todos los aspectos de la vida de Larry, en forma de caras viejas y deformadas por el tiempo, que casi aparentan más ser momias de otro siglo cuyo silencio (quizá por ignorancia) alguien tomó por meditación, y se siguen ciegamente porque nadie tiene el valor para cambiar una tradición de siglos.
La odisea de Larry está dividida en tres rabinos, no por casualidad de diferente edad, desde el joven más entusiasta hasta el viejo más silencioso al borde de la tumba: todos ellos hablan y hablan, pero no dan ninguna respuesta. El joven no para de recalcar la belleza idealista de la religión, el maduro nos propone una historia increíble (que los Coen filman como una gran revelación) para al final darnos en la cara con un gigantesco "a quién le importa" y el viejo directamente no está disponible ni parece que lo estará nunca. ¿Siempre es así? ¿Quién nos hizo vivir bajo este desquiciado sistema que no nos da respuestas y habla en preguntas?
Quizá busquemos las respuestas en el lugar equivocado, quizá sean más banales de lo que pensamos: solo hay que ver a Larry espiando a su vecina tomando el sol desnuda, y después fumando marihuana con ella, para darse cuenta de que en esos momentos ha sido más libre de lo que jamás lo ha sido en su hogar familiar. ¿Y si la felicidad se halla en lo banal, de qué sirven los severos dogmas? ¿O quizá esos dogmas permiten que exista lo banal?

No hay respuesta. Ninguna. Podría ser cualquiera de las que pensemos.
Resulta irónico que sea el propio Larry quien parece aceptar esto (a regañadientes) y después explique el concepto de incertidumbre a sus alumnos, sin darse cuenta de que a lo mejor refleja su propia vida. La religión, las creencias, solo es un intento de dibujar un mapa sobre la incertidumbre, creyendo que tenemos una recompensa si rezamos un par de veces al día.
Hasta un posible y ensoñador final se nos niega a nosotros, al público, porque pensamos que esta película nos tendría que dar alguna respuesta esperanzadora, siempre creyendo que alguien tiene respuesta para todo este lío, y si los Coen hablan de él es porque tienen una: no, no la tienen, si acaso quizás nos ponen un poco en perspectiva.

La historia acaba como empezó: el final es lo mismo que el prólogo de aquel supuesto dybukk, algo misterioso e incierto, donde no sabemos qué va a pasar. Fijo que tampoco lo sabe aquel viejo rabino, y en su lugar está jugando con las cosas que confisca a los jóvenes creyentes.
No se le puede culpar tampoco, seguro que la edad le ha enseñado que es mejor vivir la vida que tratar de comprenderla.
Charles
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