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España España · Madrid
Voto de Charles:
8
Serie de TV. Thriller. Intriga. Ciencia ficción Miniserie de TV (2016). 8 episodios. El 22 de noviembre de 1963, los disparos que acabaron con la vida del Presidente Kennedy cambiaron el mundo. El profesor Jake Epping (James Franco) intenta viajar al pasado para impedir el magnicidio, pero su misión se verá amenazada. (FILMAFFINITY)
15 de abril de 2016
11 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pasa algo curioso con '22/11/62'.
En ningún momento deja de ser una historia de pura ciencia ficción sobre viajes en el tiempo, y sin embargo toda su suspensión de incredulidad empieza y acaba en su retorno al pasado.
La fantasía no es lo importante aquí, no tanto como capturar el sentir general de un momento histórico, en sus ambientes y en la gente que estaba a punto de vivirlo.

Jake Epping es el prototipo de viajero en el tiempo sin llegar a proponérselo: un hombre que ha dejado de vivir en su presente, y mitifica el pasado a través de los libros que enseña.
Su alianza con Al Templeton surge de la forma más natural posible, porque este último ve en Jake a un igual, un idealista que solo necesita de la adecuada motivación y oportunidad. Esa oportunidad es evitar el asesinato de JFK, y la forma de lograrlo un agujero temporal en la parte trasera de su restaurante que lleva directamente a un 1961 irreal, iluminado en colores pastel ausentes del presente gris.
Sobran las explicaciones de una ubicación tan caprichosa, y al contrario, nunca se plantean, como si se hubiera querido saltar directamente a las consecuencias, adultas y plausibles, que daría semejante posibilidad.

El vértigo que siente Jake a la hora de saltar al pasado es comprensible desde el punto de vista actual, donde nos hemos acostumbrado a que otro tome las decisiones por nosotros, y a Al se le ocurre imaginar que ese fracaso de carácter es justo lo que ha intentado evitar en tres minutos, tres años transmutados en la realidad al otro lado del armario: puede que evitar el asesinato del presidente no solucione una sociedad adocenada carente de ideales, pero antes de que se produjera sÍ que vivían esas personas utópicas con fe en el mañana.
Quizá, tal vez, merezca la pena que una nación nunca llore la muerte de Kennedy.

Allá, en esa realidad que casi se diría paralela, Jake escucha las palabras de Al constantemente, recordando su misión, pero también dando cuenta de que "la comida sabía mejor, las calles olían mejor, la gente te trataba mejor...".
Es entonces cuando queda claro que, tanto Kevin McDonald que filma en tonos pastel y tranquilizadoras composiciones, como Stephen King antes que él, los creadores de esta historia, están enamorados de una Norteamérica que nunca fue. Pudo existir, que duda cabe, aquella en la que era común entablar conversación en la calle con una mujer llamativa sobre los libros que leía, pero ninguno la conocemos ya.
Jake por fin tiene en su mano una responsabilidad a su altura, como es preservar los tiempos extraordinarios sobre los que siempre ha leído, a la vez que trata de disfrutarlos, y sobrevivirlos. Porque, en su vertiente más terrorífica, el pasado se guarda cartas que jugar cuando no le gusta ser alterado.

Los continuos individuos extraños y accidentes inesperados que acechan al viajero en el tiempo son la manifestación del miedo al fracaso, sombras oscuras conjuradas en un futuro que debe suceder, por muchas buenas intenciones que se tengan de poder preservar esa Norteamérica dorada.
Pero, en esa paranoia, queda espacio para la esperanza por una sencilla razón: Jake comprueba es capaz de cambiar el dolor del futuro, tomar la decisión que nadie más tomaría para borrar de la Historia un testimonio triste de familias rotas e hijos marcados por el dolor. Es la primera piedra que nos convence, a él y a nosotros, de que el tiempo puede darnos las armas para borrar sus estragos.

Así comienza entonces una investigación en torno a Lee Harvey Oswald, donde no cabe tanto una teoría de la conspiración como la vida de un hombre, marxista y extremo, que guarda hondamente en su ser todas las privaciones que le ha producido su país de acogida. También, pese a todo, empieza un romance con Sadie Dunhill, la perfecta encarnación de la mujer independiente del mañana, asfixiada por un machismo soterrado que es la peor cara de esos idílicos años 60, pero a la vez el ejemplo claro de que en esa época hasta las personas eran mejores.
Y, a través de esas dos líneas maestras, uno se puede dar cuenta de que Jake y Lee no son tan diferentes: ambos luchan por un país posible, creyentes sinceros de cómo será si no lo cambian, convencidos de su grandeza una vez sea intervenido.

La paradoja es, como casi siempre que se juega con el tiempo, que esa grandeza ya estaba delante de ellos. En la novia ucraniana de Lee, Marina, a la que solo aprende a apreciar cuando ya está lejos. O en Sadie Dunhill, que siempre está ahí para Jake, haciendo honor al "no-sé-qué" existente cuando se ama, perdonando todas sus mentiras.
Casi parece que sea la maldición del idealista, no darse cuenta de que nunca existe el destino final perfecto, y por el contrario si existen los picnics al aire libre, las citas improvisadas, disfrutar de la sonrisa de esa persona especial mientras se tenga tiempo.

Al final es justo eso, del tiempo, de lo que se habla aquí: de cómo lo utilizamos, o nos martirizamos por cambiarlo. El juez eterno, que nunca cambia, ni perdona.
Pero no será casualidad que los momentos en los que menos importa, o nunca parece correr, son los que comparten Jake y Sadie. Como si, de todas las Norteaméricas posibles, la única importante es la que ellos compartieron.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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