Es lo que tiene.
Aprecio la medida del verso, la belleza de la palabra, la emoción del contexto... pero se me esfuma rápido cual pedo al viento.

'Los Amantes del Círculo Polar' tiene una fascinante manera de ver en el mundo, como un conjunto de momentos que han posibilitado unir a Ana y Otto, Otto y Ana, capicúas designados y emocionales, en un romance que se extiende más allá de la casualidad.
Aunque... "podría contar mi vida uniendo casualidades..." y durante un rato largo Medem logra que te lo parezca a ti también: la vida nos rima, y se vive más intensamente si eres capaz de verla así.

Una niña desamparada encuentra a su padre en los ojos de su nuevo amigo, ese niño no habría pensado correr tras ella si no fuera por un balón chutado a destiempo, el sencillo piropo de un avión de papel es el prólogo de sus respectivos padres hacia un anticipado encuentro... en el territorio de la infancia todo es fruto de un plan maestro, porque la soledad y la necesidad operan más allá de eso.
Incluso después, con Ana y Otto dando el salto a la adolescencia, se sigue conservando una atmósfera encantada, de largas noches que terminan en citas de dormitorio, y secretos puros escondidos a mayores que nunca podrían entender que el sexo sabe mejor cuando se aprende con la primera persona que se quiere.

Cuando levanto la vista del poemario es después, cuando solo veo a dos adultos huyendo del dolor y las responsabilidades, eternamente marcados por placeres que dejaron atrás, en ruinas donde esperan padres viejos o muertos, fallecidos tal vez por esa manía que tiene todo lo bueno de desaparecer.
Quizás Medem se dió cuenta, no lo sé.

Que la poesía y el sentimiento solo se pueden transitar antes del desencanto, porque luego queda ridícula y carente de la magia de la casualidad.
Sea como sea, me quedo con esos niños, con esos adolescentes, antes de que la muerte y la pérdida les deje siendo adultos que quieren volver atrás en el tiempo.

No sé si lo ideal es encontrar al amor de tu vida, o soñarlo evitando que su recuerdo te siga.