Se dice que en las grandes parejas de la Historia siempre ha habido un listillo y un tontillo.
El típico que siempre aconseja cautela, y el que siempre mete al primero en problemas con su impulsividad. El que nunca haría nada peligroso, y el que se lanza de cabeza al peligro, arrastrando siempre al primero.
Si es así, la pareja formada por Martin Riggs y Robert Murtaugh debe tener el honor de ser una de esas grandes parejas.

'Arma Letal' está muy cerca de ser una macarrada cualquiera.
Por si la pista de un villancico azucarado seguido del suicidio de una prostituta mientras el jazz nos recuerda que esto es una historia muy dura no fuera suficiente, está esa atmósfera de sudor, luces de neón oscilantes y callejones llenos de basura que apestan a conciencias podridas.
Tomando el pulso a la época, Richard Donner construía una historia policial centrada en las drogas transportadas impunemente, fantasmas de la pasada guerra de Vietnam, que infectan hasta el último rincón de honorabilidad.

Pero, consciente de que esto haría algo olvidable tan pronto como pasara, Donner elige el optimismo (matizado).
Elige construir en el corazón de su trama una relación entre dos personas diametralmente opuestas, y la llena de su habitual maestría para las conversaciones naturales, mostrando que los tiempos eran duros, sí, pero cada uno sobrevivía como podía.
Las presentaciones no pueden ser más diferentes: ambos desnudos, uno rodeado de la más absoluta soledad desértica, y otro rodeado de su familia en pleno barrio residencial ajeno a la más mínima corrupción. Y aunque su único paralelismo sea la placa de policía, pronto se darán cuenta de que no pueden trabajar mejor juntos.

Entonces no importa que la acción no funcione o que el cargamento de cocaína tenga que llegar.
Solo importa que estos dos tipos están a punto de matarse porque tienen visiones del mundo que no encajan en absoluto, y a la vez comparten sentido de la moralidad. La cena en casa de Murtaugh es el momento clave: Murtaugh encuentra a alguien sin miedo a nada, el perfecto compañero, y Riggs encuentra algo del calor humano que perdió con su esposa.
Donner atesora momentos memorables, y los tira de manera desinteresada, pero que consiguen crear un interés genuino.

Ni su final rancio, muestra de la ira que Riggs llevaba atrapada dentro contra los tipejos sin escrúpulos que amenazan a inocentes, es capaz de tumbar nada.
Porque Murtaugh le dice "te tengo, chico" y sabemos que entre ambos está el principio de una bonita amistad.