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España España · Madrid
Voto de Charles:
8
Drama. Terror En una isla viven los Borg: Johan, que es pintor, y su mujer Alma. Sus vecinos, los siniestros Von Merken, poseen un círculo de amistades tan escalofriante que Johan comienza a obsesionarse con la idea de que los demonios lo acechan... (FILMAFFINITY)
25 de marzo de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nada que paralice más el corazón que un reloj, sonando desbocado en la oscuridad del cuarto.
Es una sensación inerte de tiempo que se escapa, de asunto pendiente (de muerte) que nunca está llegando a finiquitarse.
De esos hay muchos en la humilde casita a la que Alma y Johan se retiran, para reactivar la creatividad de este último.

Liv Ullmann le presta sus ojos a alma, y pide ayuda desde los propios fotogramas. Tan espantosa, tan terrible es la situación que les aprisiona.
Porque el pozo de los ensueños se ha secado, dejando solo fantasmas vagando, y la hora del lobo brilla en el cielo, inmisericorde para una musa que no está haciendo su trabajo.
El arte, cuando fluye, descubre la vida, la celebra y embellece, pero cuando no... es un agujero negro que devora lentamente los segundos y los minutos, para que se nos claven hasta el fondo.

En esas, se asoman, desde el fondo del paisaje, en el horizonte siniestro, las primeras invitaciones al Castillo.
Como una plaga formada por personas, pronto invaden el ánimo de Johan, asegurándole ojos que le admiren, oídos que le escuchen, y en la recámara, un posible nuevo campo de exploración e inspiración. Demasiado jugoso como para no arrastrar a la propia esposa junto a su ánimo.
Lo de Ingmar Bergman es asombroso en dicho escenario: filma sin alardes, como si intentara prestar atención a todo lo que está pasando, y no es la cháchara grosera la que inquieta, sino las miradas vacías de comensales al otro lado de la mesa (bendito blanco y negro, que de un rostro crea calaveras).

Se crea así una pesadilla cortante, de límites difusos, con el artista y su mundo como epicentro, pero atenta también a todo lo que el artista no crea, o provoca por omisión.
Johan pinta, y de esa expresión salen los miedos de su esposa, las expectativas de los demás, la falsa admiración de la gente del Castillo, sus inseguridades propias eternamente maquilladas como prostituta de burdel, y Verónica Vogler.
Una mujer presentada como la cara luminosa de Alma, sensual y juvenil, la musa que se escapó, solo ella podrá devolver los fluidos creativos al cauce marchito del artista.

La persecución tras ella no es el glorioso paso de un caballero andante al Castillo tenebroso, sino un descenso al ego, al reflejo más profundo que nos mira burlón, y cuyos añicos van limando lo que Johan debe o puede ser.
Él querría ser excelente, querría no olvidarse de pintar a Alma al lado del árbol florido.
Pero la hora del lobo clama cada madrugada, pidiendo el precio de unas expectativas nunca realizadas.

¿Verónica Vogler estará allí, desde donde el rincón oscuro no sé si se ríen conmigo o de mí?
Quién sabe.
El artista que no quiere ser mediocre alimenta sus obsesiones, aunque estas le quieran patético y desastrado.

Terrorífica, de principio a fin.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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