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España España · Madrid
Voto de Charles:
6
Drama Narra la historia de Margaret y Walter Keane. En los años 50 y 60 del siglo pasado, tuvieron un éxito enorme los cuadros que representaban niños de grandes ojos. La autora era Margaret, pero los firmaba Walter, su marido, porque, al parecer, él era muy hábil para el marketing. (FILMAFFINITY)
4 de abril de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se dice que esta historia se aleja de lo típico en Tim Burton.
Muy al contrario, en 'Big Eyes' encontramos otro cuento del director, de cuidada estética y exagerada comicidad, que no deja de ser otra muy estimable reacción al mastodonte Disney al que se enfrentó en 2010.
En este caso, Burton opta por dejar de lado el ojo más crítico o sesudo del tema y se divierte no haciendo una biografía, sino casi un cuento moral en unos años 50 coloristas, donde una oveja y un lobo se vinieron a encontrar.

Un Lobo con la sonrisa sardónica de Christoph Waltz, y una Oveja con los ojos apenados de Amy Adams.
Siempre Mr. Keane moviéndose habilidoso entre las buenas oportunidades, mientras ella solo quiere pintar. Los perfectos extremos, unidos en una relación de conveniencia casi demasiado casual y perfecta para que nada pudiera salir mal.
De alguna manera, la historia ya te predispone a enfrentar el engaño de Keane: no hay un solo fotograma en que no se deje de sentir la sensación de amenaza y falsa seducción que destila un hombrecillo tan carismático como patético.

En leves detalles, Margaret deja asumir el robo de su propiedad, y a la larga de su identidad.
Su estudio llega a asemejarse a una prisión, rodeada de niños de ojos tristes, tantos, que constituyen para ella su propia realidad, una realidad con la que escapa de otra más terrible donde un despreciable se enriquece a su costa, sin que ella consiga hacer nada por evitarlo.

'Big Eyes' no supone una defensa del arte propio, sino más bien una reivindicación del propio mundo interior de un artista, que puede ser robado y prostituido con pasmosa facilidad.
Hilando fino, se podría hacer una analogía con la carrera de Burton, pero sería el comentario fácil: prefiero quedarme con la fábula años 50 en color pastel que constituye este enfrentamiento entre dos personalidades contrapuestas. Casi podría decirse que Margaret acaba por ganar su identidad a través de sus niños de ojos grandes, y Keane acaba por perderla incontrolablemente.

Una lectura válida sería esta: el arte, puro y verdadero, acabará imponiéndose por delante de creador o rentabilizador, finalmente dando prestigio a quien lo merezca.
Y en el fondo, pese a todo, a uno le queda el pensamiento de si Margaret hubiera llegado a ser conocida mundialmente si no fuera porque su marido supo ver en ella el potencial que encerraba
Charles
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