Ya, sin duda alguna, el género "cámara encontrada" se encuentra en las últimas, al menos argumentalmente (taquilleramente es otro cantar).
No solo por efectista y chapucero, sino por su insistente manía de tirar por tierra historias que merecían quizá un tratamiento más convencional.

En el caso de 'La Horca', honestamente, hay una historia convencional pero con gran potencial, que enseguida se gasta en por el ABC del género, a saber: planos cortos e inusuales que sacan de la trama, protagonistas gritones sin razón para enfocarse y desaprovechamiento de efectivos sustos por querer grabarlo todo.
Entiendo que la rentabilidad es lo suyo, pero el problema es que no se puede evitar pensar que este teatro con pasado habría sido más memorable si no se tuviera todo el rato que huir de la bruja que nos persigue.

De hecho, una vez olvidado el formato, es una rareza bastante agradecida, que combina el mundillo teatral de rencores y obras que a la fuerza deben ser perfectas, con una noche terrorífica y fatal en la que un instituto se convierte en una pesadilla sin fin.
La naturaleza del monstruo es, incluso, perversa: nada de un maníaco que persigue o acosa, simplemente una presencia que anuncia un fin espantoso y súbito en cada aparición que hace.

Si sumamos una revelación del misterio bastante elegante y satisfactoria, solo cabría lamentar lo ya dicho: que ojalá no hubiéramos tenido que ser protagonistas, simplemente espectadores.
Tal como está rodada, una historia estimable se convierte en un conjunto de sustos que mañana mismo ya tendrá fecha de caducidad. Una lástima, aunque la estancia en el escenario embrujado haya sido más interesante de lo esperado.