Se suele pasar por alto, pero la mente de un niño es especialmente perversa a la hora de conjurar sus propios terrores.

La imagen de una película que no debería estar viendo, alguna frase de un libro o revista que no debería estar leyendo... y enseguida un niño, cualquier niño, puede imaginarse todo tipo de cosas horribles, por haber cruzado levemente esa difusa frontera entre la fascinación infantil y el desencanto adulto.

Un adulto, de hecho, nunca podría comprender eso, nunca podría comprender el poder que adquieren las inquietudes en una mente a medio desarrollar, y enseguida desechará cualquier tipo de fantasía... pero a la postre, son justo esos terrores los que dejan una huella permanente, los que merece la pena experimentar.

'Creepshow' no puede ocultar su sentido homenaje a toda esa tradición del terror, anidada en despiertos soñadores que todavía eran demasiado pequeños para entenderlo, pero no lo suficiente como para experimentarlo.
El fantasma de un espectro guardián llama a la ventana del niño que podríamos ser nosotros, reclamando el reino que nos ha legado, para volver hundirlo en el escalofrío.
Y es una imagen de pesadilla, que sin embargo se percibe como el retorno de un viejo amigo.

Las páginas de ese cómic prohibido empiezan a desgranar los aterradores secretos que ocultan a la indiferencia adulta: progenitores que vuelven de la tumba por un último Día del Padre, inquietantes vegetaciones que devoran tierra y carne, adúlteros que se ahogan en la crueldad de aquel a quien engañan, monstruos antediluvianos escondidos bajo la escalera universitaria, e insectos que reclaman un planeta dominado lejos de nuestra mirada.
Son relatos de gente que vuelve, de infecciones que no pueden contenerse, de embriagadoras pulsiones que no pueden dejar de explorarse: nada más adecuado para ellas, pues de la misma manera tardarán en abandonar nuestra retina.
Las viñetas son insuficientes para contener esas ficciones, están a la vuelta de la esquina, son reales, porque no hay nada como el terror corriendo por tus venas para transformar cualquier historia, por tonta que pueda parecer.

No existen las disculpas infantiles, ni el triunfo del Bien contra el Mal: en ese cómic que estamos viviendo no hay lugar para tonterías de felicidad, no cuando lo desconocido y extraño nos fascina tanto que apenas pensamos en otra cosa.
La niñez a medio formar pide terror, pide morbo y muerte, y casi que parece responsabilidad de aquellas viejas revistas proporcionarlo, antes que otro fantasma, mucho más terrorífico, el de la madurez, nos acose borrando la visceralidad de nuestros secretos más oscuros.

Sin embargo, 'Creepshow' se guarda un último placer culpable, en la certeza de que quien pueda conservar esos terrores de niñez nunca deberá temerlos de adulto: le recibirán como al viejo amigo que les dejó entrar en la frontera de la vigilia y el sueño.
Felices pesadillas al filo de la medianoche.