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España España · Madrid
Voto de Charles:
10
Ciencia ficción. Drama Futuro, año 2000. En la megalópolis de Metrópolis la sociedad se divide en dos clases, los ricos que tienen el poder y los medios de producción, rodeados de lujos, espacios amplios y jardines, y los obreros, condenados a vivir en condiciones dramáticas recluidos en un gueto subterráneo, donde se encuentra el corazón industrial de la ciudad. Un día Freder (Alfred Abel), el hijo del todopoderoso Joh Fredersen (Gustav Frohlich), el hombre ... [+]
22 de agosto de 2016
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el corazón de esta pionera historia de ciencia ficción yace uno de los dilemas más antiguos de la humanidad.
¿Aceptar las cadenas por el bien común o romperlas por el egoísmo singular? ¿Despreciar la fuerza sobre el intelecto, sabiendo que una no podrá sobrevivir sin la otra?
Todas las utopías parecen girar sobre esa eterna cuestión, sobre nuestro impulso primario de animal capaz de levantar las más increíbles edificaciones que sobrevivirán al tiempo y sobre la inteligencia que nos ha permitido llegar tan lejos pero que es fácilmente sobrevalorada como privilegio por aquellos que tienen el poder.
Nunca parece haber un camino medio; hasta muchas utopías insisten en que el saber debe primar sobre el trabajo.

'Metrópolis' es la primera que se atreve a plantar cara a esa dualidad, y lo hace insistiendo que la respuesta está en el mismo aparato humano: en el corazón.
Freder, privilegiado de la ciudad, hijo del amo de Metrópolis, vive en jardines de ensueño compartiendo placer con una cara bonita, creyendo que tiene todo lo que puede desear. Todo lo contrario a los obreros de la Ciudad Subterránea, meros engranajes de carne, tan privados de su humanidad como los animales, que solo necesitan alimento y casa, pero encima permanecen ocultos bajo tierra como algo vergonzoso de mirar. Estando bien, quién quiere mirar a los problemas, a los autómatas que sacan sangre de las piedras incansablemente.
Pero todo cambia con una sola mirada: la de María, una increíble Brigitte Helm que con sus ojos captura para siempre el alma de Freder y la hace arder como nunca había experimentado. ¿Quién es ese raro ángel de luz? ¿por qué se fue tan fugazmente cómo apareció? y ¿a dónde pertenece?

Preguntas que golpean la cabeza de un hombre que hasta ese momento no sabía de sentimientos, de miradas que traspasan almas, o de simple y sencillo amor.
La búsqueda de ese ser que le ha cambiado la vida le trasladará a la Ciudad Subterránea, dónde por primera vez será consciente de que las máquinas de la superficie se mueven gracias a una ofrenda diaria de espíritu y dolor a un dios mecánico salvaje, espoleado por una avaricia que corrompe sueños de grandeza. La historia de Babel en este caso sirve de amargo recordatorio para el presente: aquella torre se erigió para alcanzar los cielos, pero el peso del descontento entre las callosas manos que la levantaron sobre las mentes brillantes que la idearon fue suficiente para sepultarla para siempre.
Freder por primera vez ve la angustia de un turno que no cesa, la presión de llegar a un ritmo de trabajo que no se detiene... y como generación criada sin saber qué es eso se derrumba, maldiciendo a un padre egoísta que hace mucho que dejó de ver a sus trabajadores como personas.

Aunque también ve una luz entre esa oscuridad: María, su ángel, se erige como voz de la conciencia entre los trabajadores, esperando un salvador que llegará para imponer la fuerza de sus emociones, de su corazón, a la dura rutina entre obreros y ricos. Tendrá que ser el corazón, capaz de procesar esa amalgama de sensaciones, la que dé forma favorable al conflicto entre mente y cuerpo.
El único que escucha su discurso es Freder, porque ni los cansados trabajadores presos por la rabia ni el inmisericorde padre de Freder, Joh, lo hacen con propiedad: ambos piensan en el control y la sumisión de una parte sobre la otra, sin nada más después. Por eso los trabajadores planean su revolución y Joh planea su dulce venganza, en forma de androide con los rasgos de María capaz de retorcer sus voluntades.
Apagada así la luz que resistía iluminando un camino entre ambos, estalla la revolución y se lleva por delante sus víctimas, pero sobre todo la razón y la lógica, que cuando dejan de gobernar al ser humano lo convierten en masa furiosa ajena a sus actos, solo capaz de razonar cuando el daño está hecho y es irreparable.

Tendrá que ser Freder el que ponga fin a ese lucha: él, como parte de una inteligencia que ha descubierto su corazón gracias a un ángel que se cruzó en su camino, sabe como acercar a las dos partes.
Descubriendo por el camino que no valen las soluciones fáciles en forma de androides controladores, ni la sumisión a un sistema caduco que puede y debe aprender de sus errores.

Las mentiras y la violencia agitan la sociedad, pero no la estimulan, solo rompen sus sueños de progreso y la condenan al olvido.
Tendrá que ser la amabilidad, el amor, la muda convicción de que entre trabajadores y ricos solo hay seres humanos buscando su lugar, la que impulse la grandeza del mañana.

Una sola persona puede marcar la diferencia. Pero un fuerte sentimiento puede construir todo un futuro.
Charles
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