Haz click aquí para copiar la URL
España España · Madrid
Voto de Charles:
7
Comedia. Drama. Romance Mucho tiempo después de su curso de Erasmus en España, Xavier está casado y tiene dos hijos, pero aun así sigue encontrando la vida muy complicada. Cuando su mujer se traslada a Nueva York por razones de trabajo, incapaz de soportar la situación, decide seguirla con los niños. Tercera entrega de la saga que comenzó con "L'auberge spagnole" y "Las muñecas rusas". (FILMAFFINITY)
27 de marzo de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No cuesta mucho imaginarse a Cédric Klapisch con dificultad para dar una conclusión a su criatura, Xavier Rousseau.
Él mismo lo dijo, nunca hay un final, sólo una serie de muñecas rusas que se van abriendo, sin saber cuál será la última, sin que nuestras ganas de sorprendernos nos permitan quedarnos en alguna.
Pero esto es una historia cinematográfica, una que ha crecido con varios espectadores que esperan su merecida respuesta a todo lo que a Xavier da problemas: las contradicciones de la realidad y la ficción se plantan desde la primera escena, con él escribiendo su vida o su novela, tratando de huir de las tramas o elecciones trilladas, pero sin mucho tiempo para contemplar qué sería lo que de verdad queremos escuchar, nosotros, su editor, o el público que ese libro leerá.

Cuesta ir del punto A al punto B, es una realidad.
‘Nueva Vida en Nueva York’ comienza entonces cuando todos los sueños, todos los conformismos ideales, le han saltado por los aires: el (no tan atroz ni tan manido) "happy end" que se nos prometió no ha funcionado, quedaban más muñecas rusas y hasta a Xavier se le ha olvidado.
¿Cómo fue que las miradas cariñosas de las mañanas cotidianas no duraron?
Vete a saber, ya no se le puede echar la culpa a la globalización, o a los sueños que nunca se realizaron. Todo parecía haberse cumplido, y no había elecciones difíciles que tomar: quizá la vida es así, tiende a liarse a la mínima oportunidad.

Para poder estar cerca de sus hijos, Xavier se ve obligado a buscar nueva vida en Nueva York (efectivamente), donde le está esperando su amiga Isabelle, en buena esperanza tras haberle pedido ayuda para un hijo que compartir con su novia chino-americana Ju.
Por si invadir (otra vez) el nidito de amor de tu amiga no fuera suficiente, allá le espera una revelación peor: darse cuenta de que, pese a todo, sus hijos se sienten bien donde están, y el marido de su ex es un amable americano que tiene de cabrón lo que Xavier tiene de ordenado.

En el fondo, me doy cuenta de que no quería escuchar esto: los dos capítulos anteriores me vendían una vida llena de posibilidades, de sueños que se rompían y reconstruían, gentes conectadas por lo que están compartiendo y no por lo que ya fue. Quiero (como todos) la fantasía de los rascacielos de Manhattan, no la lucha diaria de sus calles bajas.
Pero de la misma manera me doy cuenta de que Xavier tampoco quería esto, y si se ha montado en ese avión a regañadientes es porque sus ambiciones se quedaron pequeñas, y ni todo el éxito del mundo puede tapar el vacío que le deja la mirada de su hijo.
Ir del punto A al punto B nunca ha sido más difícil que ver tristeza provocada por ti en alguien que te quiere, como se dan cuenta tanto Xavier, como Isabelle, como Wendy o la dulce Martine.
Todos se han seguido moviendo, han cambiado de piel y de afectos… pero no se pueden ocultar lo mucho que les está costando llegar a esa felicidad final, la que supuestamente mata novelas y hace “vidas de verdad”.

La realidad es que pensamos acabar nuestras vidas con cierto aire de triunfo, de deber cumplido, coronada por esa felicidad final que nos vendemos desde novelas o películas.
Pensamos que no volveremos a los viejos amores, que encontraremos todo lo que buscamos, y hasta quizás que podremos conservar todo lo bueno que nos ha llegado.
Cuando, en realidad, probablemente, todo lo que nos vaya a quedar son recuerdos, trozos de momentos, fotocopias de otros tiempos y, con suerte, una prueba de que algo, durante un segundo, fue perfecto. (*)
Y a veces la perfección no tiene nada que ver con lo que pensamos, a veces es simplemente cuatro viejos amigos/amantes, riéndose sin complejos sobre todo lo que se han equivocado.
Poco más perfecto y esperanzador hay que justo eso.

Ahí es justo cuando la confusa metanarrativa termina, y una voz pregunta: “¿hablas de la ficción, o hablas de la vida?”
Qué más da, porque pueden convivir.
(“No te líes”, el parco consejo del padre de Xavier, también se puede aplicar aquí)
Esa es la gracia de este rompecabezas gigantesco que para algunas es sencillo, para otros complicado… y para todos, al final, acaba siendo todo lo perfecto que podría estar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow