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España España · Madrid
Voto de Charles:
7
Terror Jamie Lee Curtis regresa a su icónico personaje Laurie Strode, quien llega a la confrontación final con Michael Myers, la figura enmascarada que la ha perseguido desde que escapó de la matanza que él cometió la noche de Halloween de hace cuatro décadas. Nueva entrega de "Halloween", secuela directa de la original de 1978. John Carpenter (creador de la original) es el productor ejecutivo. (FILMAFFINITY)

10 de noviembre de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La calabaza estaba podrida.
Reventada por continuas secuelas, aplastada por el paso de los años. Aunque empieza a sonar la clásica melodía, y de repente todo vuelve lentamente a su ser. En esas notas había una cualidad familiar después de tanto tiempo observando, y ahora se notan diferentes, con nueva vida, más crueles e imprevisibles. Los ojos se recomponen, se iluminan, vuelven a acechar la oscuridad. Aquella promesa de que nunca estaríamos a salvo vuelve a ser verdad.
La calabaza estaba podrida… hasta ahora.

‘La Noche de Halloween’, cuarenta años después, se cree lo suficientemente importante como para pasar por encima de las historias que en su día se contaron, y algo así no suele sentar bien (“¿lo de antes era todo mentira?”).
Pero justamente eso es lo que le permite habitar un mundo raramente explorado: ese inquietante Haddonfield en el que Laurie Strode se pasó décadas temiendo el regreso del hombre del saco, incapaz de hacer vida normal más allá de lo necesario, y tiñendo otras tantas vidas de incomodidad, sugestión, y sobre todo curiosidad.
Nada se ha dejado al azar, David Gordon Green olvida que, revisitando el original, debe tomarlo como broma de otro tiempo, y en su lugar despliega un respeto reverencial por lo que vino antes, por lo que quedó representado (el Mal volviendo a casa), y por lo absolutamente jodido que debe ser continuar tras aquella matanza del 31 de octubre.

Laurie Strode es una persona.
Esto, que puede parecer obvio, no lo es: cuando la conocimos no era (y fue) más que un estereotipo.
Ahora ha evolucionado coherentemente, se ha endurecido física y mentalmente, y tiene el tremendo lujo de que la mirada de Jamie Lee Curtis nunca deja que la conozcamos de verdad: hay tinieblas en esta superviviente, casi tantas como las que tuvo Michael Myers en su momento.
Por mucho que se haya borrado su parentesco, han pasado a ser otra cosa, tal vez hermanos de trauma compartido, alrededor de los cuales orbita un pueblo en el que las generaciones posteriores se han ido alejando de su oscuridad manifiesta.
Los chicos, las chicas, las nietas de hoy, escucharían a su abuela de la misma manera, por mucho psicópata que las haya perseguido cuchillo en mano.

La inevitable fuga de Michael Myers surge entonces como necesario recordatorio, y a la vez perfecto simbolismo cíclico, de mostrar como el Mal nunca muere, no mientras sea imposible de comprender, y a la vez cómo siempre se encuentran maneras de blindarnos ante él.
Todos los intentos de reportero, todos los informes de doctor nunca fueron capaces de rascar, ni que sea un poco, la monolítica naturaleza de Michael, e incluso cuando por fin se calza la máscara y empuña el cuchillo… hay cierta idea de perfección, de que todo está en su justo lugar.
No se puede borrar, comprender, ni mucho menos obviar eso.

Solo queda prepararse, como siempre ha estado advirtiendo una Laurie bíblica, mientras los que se pensaban a salvo mueren porque creían que la noche de difuntos era suya: quiero pensar que el plano secuencia magníficamente rodado, conciso y brutal ilustra esto de manera directa, mostrando cómo el hombre del saco se mueve como pez en el agua entre parodias de monstruos, pasando inadvertido porque a alguien le dió por pensar que las máscaras son inofensivas y las casas un refugio que nadie puede penetrar.
Esto último es comprobado falso, por manos que no se detienen ante súplicas o inocentes.

Laurie acaba siendo un obstáculo para Michael, pero porque ella vive en la realidad de él, esa que otros se niegan a ver o evitan con chascarrillos autoconscientes.
Una que te sorprende con verdaderos monstruos en los armarios de los niños, o mentes que desafían toda fascinación que se pueda poner sobre ellas.
Y es mérito absoluto de Gordon Green y allegados, el que hayan conseguido reencauzar las raíces míticas del asunto, volviendo a generar aquella misma inquietud del lejano ’78, y que te preguntes por dónde saldrá Michael o qué hará a continuación: algo a lo que Laurie no es ajena, pues aprendió algunas cosas de la última vez (nosotros también), y puedes notar el desconcierto del asesino tras sus ojos inexpresivos, cuando ella también sabe desaparecer, acechar o esperar el momento propicio.

Al final ella se ha contagiado de su mente retorcidamente inteligente.
El abismo que te mira, no luchar contra monstruos para no convertirte en uno, y todo eso.
Pero también les hemos llevado nosotros otra vez a esto, pidiendo una nueva versión, deseando saber qué pasó, y nunca jamás olvidando qué nos inquietó.

Lo especial de esta tardía secuela, al contrario que otras, es decir: sorpresa, pasó la vida, y fue bien jodida.
Tal vez por eso sus cuchilladas se sienten tan auténticas, tal vez por eso nos funciona más la idea del terror al retorno de un trauma que cualquier cabeza machacada o adolescente eviscerado (aunque también).
Pero, sobre todo, porque Michael y Laurie acaban no siendo tan diferentes, y puedes entender el por qué: se han dejado tanta huella, que podrían pasarse la vida/muerte haciendo esto.
Nosotros, sospecho, también.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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