Alrededor de Uno se agolpan accidentes, aventuras, incidentes y avatares. Otras personas también parecen entrelzarse como vínculos arraigados, a pesar de su autonomía. Pero con independencia de la solidez, todos forman y deforman al Uno y lo mueven y conmueven, inevitablemente.

Los nuestros no son todos unidades de un exclusivo grupo, hay modalidades. A veces son impuestos de manera natural por la gracia natural del devenir en el que Uno se ve envuelto. En otras ocasiones aparecen y se anclan de manera fortuita: dan la vuelta, se zambullen, amanecen, se esclarecen...

Uno acepta o no. Y también Uno elige. Y en esa elección se conforma la tangencial selección de vínculos que no son Uno pero le hacen ser a Uno. Los amigos, los compadres, los más avenidos y cercanos, son los que llamamos de los nuestros. Este selecto club es una suerte de verbigracia sensible que más bien tiene que ver con la experiencia vivida otrora creída significación vital.

Para ser uno de los nuestros no vale con ser de la familia, hemos de ser seleccionados, y ahí Scorsese nos tiene reservada una plaza si admitimos la familiaridad de la densidad, la solvencia del guión y la increíble seguridad de sus personajes.