Ben-Hur es una de las películas que, formando parte de la historia del cine, cuenta con menos detractores o críticos. Su épica es su gancho, si tiene tanta buena fama medio siglo después es porque no se ha acartonado (como sí sucede con otras del mismo estilo y época pero diferentes) y aunque todos sepamos que su duración es excesiva, se puede conseguir pasar por alto porque es realmente buena. Escribir sobre una historia que dura tres horas y media no es fácil, no es justo decir que es la historia de una venganza, sería injusto subrayar únicamente su contenido de tipo bíblico, y aunque haya pasado a la historia con todos los honores, reducir Ben-Hur a la carrera de cuádrigas tampoco sería justo, porque hay más.

Una película épica con la que quedar fascinado con la trayectoria de Charlton Heston, el judío adinerado que en un soplo de nada se ve condenado a remar en galeras, un hombre que se tira más de media película con una cara de odio que pocos, muy pocos pueden poner. Su odio no desaparecerá hasta que es curado por un tal Jesús de Nazaret, situación que sirve de poderoso punto y final y que para muchos, evidentemente, es lo mejor de la película... Para mí es lo que la hace menos buena.

Hay más películas de esta dimensión, legendarias, títulos que forman parte de la historia del cine con toda justicia. Personalmente no me extraña la unanimidad respecto a Ben-Hur, pero para que sea considerada una obra maestra debería poder afirmar, y no es mi caso, que la puedo ver mil veces. No, no es el caso ni mucho menos, para ponérmela segundas veces siempre me lo tengo que pensar mucho, me da bastante pereza. Buena, sí; larga, también...