Los aires televisivos de esta película ocupan las casi dos horas de película, lo cual es mucho ocupar, por las dos horas y porque es una afirmación que tiene que ver con el lastre que en mi opinión hace que el largometraje no arranque nunca. Cuenta con un Jack Lemmon siempre eficaz cuando se aleja de los papeles cómicos que le hicieron famoso, lo cual supone una suma importante, más que la presencia constante de la Jane Fonda en plan salvadora del planeta. No me cabe en la cabeza que la periodista típica de relleno que da noticias de sociedad intrascendentes de repente se nos meta en un sarao de tal magnitud, Quien sí me convence es Douglas, de secundario solvente, con media melena y barbita, poco hace pensar que fue el productor del largometraje.

Pues bien, atacando de lleno ya a "El síndrome de China", insisto en que es la película típica que parece que va a arrancar y que nunca lo hace, algo que durante dos horas es excesivo. Apunta alto y se queda en una simple cinta de (casi) catástrofes, típica con mensaje, señalando a la gran empresa como culpable de la inseguridad de la energía nuclear y quedándose a medias con el estamento político. Si no la he suspendido es porque me ha hecho mantener interesado, aunque su anquilosamiento en los circunstanciales finales de década de los setenta sea también parcial, porque sigue siendo muy actual el tema de la seguridad en las centrales nucleares pero claro, la tecnología por suerte ya es otra y, por suerte también, los peinados de la Jane Fonda no se llevan.