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España España · Las Palmas
Voto de Oscar:
8
Drama. Intriga Mauricio es un francés que llega a Barcelona huyendo de la justicia. Se refugia en una pensión del barrio chino y se enamora de Pilar, la sobrina del dueño. Poco después, se comete un asesinato en el barrio, y Mauricio, cuyo pasado es bastante oscuro, se convierte en el principal sospechoso. Pilar confía en su inocencia e intenta averiguar la verdad, pero las circunstancias se confabulan contra él. (FILMAFFINITY)
6 de mayo de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película pertenece a la mejor etapa del gran cineasta Rafael Gil como demuestra este drama humano que entronca con los grandes clásicos de Hollywood, un cine que produce emoción y que es como un escorzo de vida humana.

La calle sin sol tiene un esplendido guión del escritor Miguel Mihura, autor de “Tres sombreros de copa” o de “Ninette y un señor de Murcia”. La película llegó incluso a obtener la declaración de interés nacional, que no estuvo en absoluto desacertado dado que su prestigio no ha hecho sino aumentar con el tiempo. Incluso el gran escritor Fernando Vizcaíno Casas llegó a afirmar que esta era la mejor película de su director.

La película tiene un guión sólido que recuerda al realismo poético francés rodado con brillantez. La película narra la historia de Mauricio, un fugitivo extranjero que se refugia en Barcelona, donde es acogido en un restaurante del barrio chino. Se enamora de la hija del dueño, pero su relación se pone en peligro cuando todos los indicios le señalan como sospechoso principal de un crimen ocurrido en el vecindario.

El estilo y el tono de La calle sin sol se inspira en el clásico thriller americano, al estilo más romántico y poético de “Retorno al pasado” de Jacques Tourneur. Rafael Gil sabe captar esa atmosfera y pinta con acertado realismo el ambiente del barrio chino barcelonés, sus gentes y costumbres, logrando dos momentos de absolutamente antológico, uno de matiz costumbrista: el vendedor charlatán que actúa en la calle y que interpreta a la perfección Manolo Morán: el otro de sabor poético y dramático: los habitantes de la calle solo pueden ver el sol unos instantes al día, y en ese momentos todos se colocan frente a él para sentir sobre sus cuerpos la débil caricia de unos tímidos rayos de sol. Es sin duda una de las tres o cuatro mejores escenas de toda la historia del cine español. Estos retazos magníficos la convierten en un precedente del mismo neorrealismo, años antes de “Surcos” y en el mismo año que “Ladrón de bicicletas”.

Antonio Vilar encarna magistralmente al fugitivo que oculta un misterio y se esconde en la taberna, y Amparo Rivelles logra una de las mejores interpretaciones de su carrera en el papel de la enamorada. Junto a ellos brillan con los propia los secundarios llenos de convicción como Antonio Morán, José Nieto, que da vida a un pobre vecino que vive con su mujer ciega, Mary Delgado, Alberto Romea, Julia Caba en un papel simpatiquísimo, y Ángel de Andrés como el pobre admirador ignorado de Amparo Rivelles, que encarna a un pintor de cristales.
El misterio del inicio se trona en historia romántica, sin abandonar nunca la descripción costumbrista: el comisario, el mendigo, el charlatán, la mujer ilusionada, el limpiabotas, el cristalero, la cocinera, la portera… para después convertirse en relato policiaco, y volver finalmente a la poesía. Todos los ingredientes se integran en una puesta en escena invisible, a la manera de los clásicos americanos: contenida, eficaz y brillante, que revela a un auténtico director de cine, no solo a un artesano con oficio, sino a un creador capaz de inspirar un mundo y un expresión propia en las película.

Pero como en las grandes obras cinematográficas, la riqueza de La calle sin sol, no es para describirla con comentario, sino para disfrutarla en toda su dimensión. De esta forma comprobaremos hasta que punto han sido falsas y manipuladoras muchas “historias del cine” que sobre el cine español de esta época pululan por ahí y comprobaremos que este clásico del cine negro, poco tiene que envidiar a los que se hacían en Hollywood por esos mismos años.

En La calle sin sol hay descripción exacta de la realidad, con sus miserias (el personaje de José Nieto y su mujer ciega), las trampas para sobrevivir, las ilusiones, los fracasos. No se pinta una vida cómoda, sino al contrario, difícil y con estrecheces. Aunque enmarcados luego en un sistema general de valores positivos.
Los actores están brillantes, y como digo, el argumento y el estilo se encuentran en el nivel adecuado del cine que en esos años se filma en EEUU y Europa occidental. El ritmo es adecuado, montaje, elementos técnicos…
En definitiva, la contemplación serena y sin prejuicios de La calle sin sol sirve para reivindicar a Rafael Gil como gran director, mucho más que docenas de páginas tratando de llegar a la misma conclusión. Porque con el paso del tiempo La calle sin sol se ha convertido en una referencia ineludible para conocer el cine español de la década de los cuarenta, y desde luego, para estudiar la figura de uno de sus hombres claves: Rafael Gil.
Oscar
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