Lo mejor: la intensidad de la trama genera tanta angustia en el espectador como las endiabladas casillas en los personajes, manteniendo la tensión de principio a fin recurriendo constantemente a una elegante comicidad que ameniza una historia muy bien hilada (la confección del guión a seis manos da, al contrario que suele suceder, notables frutos) poderosa a la par que intrigante; el desenlace sorprende tanto como el resto de película en general, lo cual no es nada sencillo atendiendo a que el nivel argumental se sitúa en un escalón muy próximo a la excelencia; la interminable retahíla de productos promocionales lanzados junto al estreno de la cinta, desde galletas (la marca Cuétara alcanzó una desorbitada fama en gran parte gracias a ello) hasta minijuegos (muchos gratuitos incluidos en la caja de la citada marca de pastas), expandiéndose el universo cinéfilo a la vida cuotidiana de toda familia como nunca antes (ni después) se logró.

Lo peor: la expresión “eres más falso que los monos de Jumanji”, popularizada en su momento por la llamativa digitalización de dichos animales (no para el resto, pues se antojan poco menos que una proeza por aquel entonces) es tan divertidamente ingeniosa como tristemente certera; la infantilidad con la que se afrontan algunos de los retos propuestos, en sintonía con el público de menor edad pero un tanto decepcionantes para el resto; la nula aclaración de la procedencia del tablero, no mencionándose ni siquiera una remota hipótesis sobre la misma, lo cual defrauda sobremanera por el infinito interés generado.

Daniel Espinosa
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