Media votos
6,0
Votos
2.424
Críticas
10
Listas
19
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de papi_habichuela:
8
7,2
4.462
Drama
Ned Merrill vive en una zona residencial de clase alta en las afueras de Connecticut. Una día, Ned se da cuenta de que todo el valle donde vive está lleno de piscinas privadas. Ante el asombro de sus amigos, Ned decide recorrer el valle de piscina en piscina hasta llegar a su casa. Por el camino, se encuentra a varias de las mujeres que formaron parte de su vida: una apasionada adolescente a punto de dejar de serlo, una ex amante ... [+]
15 de agosto de 2022
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ned Merril aparece en casa de unos antiguos amigos. Hace mucho tiempo que no los ve, y hay un agradable reencuentro con estos y otros vecinos. Nada en la piscina y se asoma al valle al que da la terraza. Pregunta por las piscinas de todos los vecinos y descubre que puede ir nadando de una a otra, como si fuese un río, hasta llegar a casa.
El resto, en spoiler.
El resto, en spoiler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
La propuesta de El nadador parece inocente en su planteamiento; la primera escena augura una película ligera en su temática. Con la primera ensoñación del protagonista, Ned Merril, ya empezamos a recibir pistas de que tal vez haya algo más, y así, ya cuando el protagonista encadena varias visitas, hay remanencia de epílogo o corolario vital. Conforme el filme avanza los tintes veraniegos toman matices otoñales. Todo lo que parecía prometer una mañana de verano excelente, se torna en un atardecer lluvioso, de hojas caídas y luz crepuscular.
Que Burt Lancaster (extraordinario en su papel) esté vestido únicamente con un bañador durante toda la película no es casualidad. Está desnudo, recuerda vagamente toda su vida anterior y tiene ideas, también ensoñaciones, que parecen locuras a sus acompañantes. No tiene prejuicios y simplemente desea sumergirse en un río inconstante, salpicado a lo largo de toda la urbanización, y hacer nadando todo el trayecto. Es el anhelo espiritual, la búsqueda profunda de eso que nos mueve y cuya meta, en este caso, es la vuelta al hogar, donde esperan esposa e hijas.
Conforme avanza el nado en las diferentes piscinas reconecta momentáneamente con partes de sí mismo que creía olvidadas. Antiguas amantes que todavía se preguntan el porqué otra mujer y no ellas; la niñera de sus hijas, ya crecida, que le confiesa su amor secreto, la camisa robada y una inocencia perdida ya en Nueva York; padrinos -nudistas- a medio camino entre la condescendencia y el reproche; el niño abandonado que vende limonada en un camino solitario a la espera de alguien que no llega y se asoma a su piscina vacía; amantes agotadas de una intimidad que no llega, junto con las promesas de divorcio; y, por último, una parte del grupo social que lo rechaza por aparentes deudas no saldadas. Todos piden y él promete, mañana, hacerse cargo de la responsabilidad que supone ser padre, amante, empresario de éxito, marido, vecino ejemplar.
Llegados a este punto del análisis, he de reconocer que miré al cielo y pregunté: ¿Dónde está la universalidad? ¿Hablamos de la historia de un solo ser humano? Imposible. Entonces pensé y pensé y creo que encontré: El nadador es una versión años 70 de American Beauty. Una crítica feroz, y anticipada, al capitalismo salvaje que destruye todos los anhelos espirituales y sumerge al padre de familia en la búsqueda incesante de posición social, respetabilidad, dinero. ¿Debo recordar la piscina donde alguien se afana en explicar las cuestiones técnicas de la construcción de la cubierta mientras otro se sube arriba y salta? ¿La barca de caviar donde todos meten la mano para comer del manjar de ricos sin degustar si quiera el trago? ¿La incapacidad de la mujer para entender la sinceridad salvaje del protagonista?
La búsqueda estaba capada desde el principio. El caballo negro vence en la ensoñación y también en la realidad. Cuando Ned llega a casa no hay nadie que espere, llueve y es imposible encontrar refugio: ha llegado a la cara B de las promesas que no se pueden cumplir. Abandono, soledad, fracaso, paraíso probable imposible. La derrota llevada a cabo por un sistema que tiene su sustento en la posibilidad de ser respetado, rico y hedonista, pero cuya deuda hay que pagar cuando se torna en imposible.
Que Burt Lancaster (extraordinario en su papel) esté vestido únicamente con un bañador durante toda la película no es casualidad. Está desnudo, recuerda vagamente toda su vida anterior y tiene ideas, también ensoñaciones, que parecen locuras a sus acompañantes. No tiene prejuicios y simplemente desea sumergirse en un río inconstante, salpicado a lo largo de toda la urbanización, y hacer nadando todo el trayecto. Es el anhelo espiritual, la búsqueda profunda de eso que nos mueve y cuya meta, en este caso, es la vuelta al hogar, donde esperan esposa e hijas.
Conforme avanza el nado en las diferentes piscinas reconecta momentáneamente con partes de sí mismo que creía olvidadas. Antiguas amantes que todavía se preguntan el porqué otra mujer y no ellas; la niñera de sus hijas, ya crecida, que le confiesa su amor secreto, la camisa robada y una inocencia perdida ya en Nueva York; padrinos -nudistas- a medio camino entre la condescendencia y el reproche; el niño abandonado que vende limonada en un camino solitario a la espera de alguien que no llega y se asoma a su piscina vacía; amantes agotadas de una intimidad que no llega, junto con las promesas de divorcio; y, por último, una parte del grupo social que lo rechaza por aparentes deudas no saldadas. Todos piden y él promete, mañana, hacerse cargo de la responsabilidad que supone ser padre, amante, empresario de éxito, marido, vecino ejemplar.
Llegados a este punto del análisis, he de reconocer que miré al cielo y pregunté: ¿Dónde está la universalidad? ¿Hablamos de la historia de un solo ser humano? Imposible. Entonces pensé y pensé y creo que encontré: El nadador es una versión años 70 de American Beauty. Una crítica feroz, y anticipada, al capitalismo salvaje que destruye todos los anhelos espirituales y sumerge al padre de familia en la búsqueda incesante de posición social, respetabilidad, dinero. ¿Debo recordar la piscina donde alguien se afana en explicar las cuestiones técnicas de la construcción de la cubierta mientras otro se sube arriba y salta? ¿La barca de caviar donde todos meten la mano para comer del manjar de ricos sin degustar si quiera el trago? ¿La incapacidad de la mujer para entender la sinceridad salvaje del protagonista?
La búsqueda estaba capada desde el principio. El caballo negro vence en la ensoñación y también en la realidad. Cuando Ned llega a casa no hay nadie que espere, llueve y es imposible encontrar refugio: ha llegado a la cara B de las promesas que no se pueden cumplir. Abandono, soledad, fracaso, paraíso probable imposible. La derrota llevada a cabo por un sistema que tiene su sustento en la posibilidad de ser respetado, rico y hedonista, pero cuya deuda hay que pagar cuando se torna en imposible.