El punto álgido de esta película se alcanza en el momento en que el presidente de los Estados Unidos de America, en la antesala del decisivo ataque, y antes de subirse el mismo en uno de los cazas de combate, a la heroica manera de aquellos viejos emperadores romanos que bajaban al propio campo de batalla a capitanear a sus tropas, da un espectacular discurso sobre los valores supremos de la humanidad, lo que nos hace grandes, lo que constituye nuestra mayor fuerza. Esto es, la fe, o, más bien, nuestra suprema e inexorable voluntad, aquella que hace que salten las rocas y que movamos las montañas, en aras de un futuro más brillante y libre.
La humanidad vence a un enemigo colosal, despiadado, tecnológicamente superior, pero que no cuenta ni con la voluntad ni con la fuerza de muchas almas egoístas unidas que se niegan a rendirse, que se dejarse quitar la vida, nuestro tesoro más preciado. Eso es lo que nos diferencia de cualquier otra especie que exista o que pueda existir, nuestra sagrada voluntad.
El deseo de vivir, la fuerza de la cooperación, de la familia, el mantenerse en pie entre las ruinas cuando todo se derrumba; esos son los valores que se transmiten en esta película, y yo creo en ellos.