Recuerdo hace ya años cuando me dejaron un disco titulado “The glory of the human voice” en el que una soprano llamada Florence Foster Jenkins destrozaba sin piedad a Mozart, Verdi o Strauss. No me lo podía creer. Averigüé algo de esta señora, que evidentemente tenía algún problema con su oído interno, descubriendo que era una excéntrica millonaria que, pese a su patente falta de habilidad estaba firmemente convencida de su grandeza. A esto se sumaba el cinismo de una sociedad, inmersa en las vanguardias, el dadaísmo, el surrealismo y el anarquismo, que jaleaba a la pobre mujer por la diversión que proveía en lugar de por su habilidad musical.
Sobre este personaje real se construye Madame Marguerite, una recreación libre del personaje real, con una mezcla entre comedia y, sobre todo, tragedia en la que, además de reflejar las contradicciones interiores de la protagonista, se expone la dualidad y la hipocresía de la gente que la rodea, incapaces de confrontarla con la realidad. En el caso de la Foster Jenkins, lo que no me cabía en la cabeza era que alguien fuese capaz de escuchar su propia voz grabada sin darse cuenta de que algo no iba bien… Esto no pasa en la película (y no añado spoilers).
Aunque hay algunas inconsistencias tanto en el guión como en el seguimiento de los personajes, es una película recomendable y que da pie a la reflexión sobre el deseo de afecto y reconocimiento que todos tenemos y sobre las contradicciones de la sociedad.